Pasos Perdidos
Escenas de medicina imaginaria
Traductor: Fernando Sánchez Pintado
Idioma original: Francés
Páginas: 140
2015
ISBN: 978-84-943434-3-8
PVP: 13,90 €
Formato: Rústica

Escenas de medicina imaginaria

Emmanuel Venet

Escenas de medicina imaginaria (premios Rhône-Alpes de littérature 2006 y Parlotte 2005) es un libro de una rara originalidad en el que se aúnan crónica, conocimientos, evocaciones de la infancia, humor y poesía. Dividido en setenta breves capítulos, recoge treinta y tres «enfermedades» (desde reumatismo a miopía, cistitis o hipocondría) en un orden insospechado. 
 
Venet no las describe desde un punto de vista clínico, sino como se han formado en la imaginación desde la infancia. La idea que nos ofrece de la enfermedad es más humana que científica, con un sentido de la observación y con una ironía que revelan los temores a los que los seres humanos estamos inevitablemente sometidos. Al tiempo logra rescatar los recuerdos, sonidos, olores y sentimientos que desde niños están asociados a las pequeñas dolencias y a lo que entonces eran enfermedades misteriosas.
 
Con la lectura de estas escenas se comprueba que la medicina es mucho más que su realidad médica. En este conjunto en apariencia heterogéneo se descubre una unidad distinta en la que se mezclan razón e imaginación, como si Venet tratara de devolver a la medicina la parte de poesía y de humanidad que no siempre es capaz de conservar.

Emmanuel Venet
Emmanuel Venet

Emmanuel Venet (Oulins, 1959) vive en Lyon, donde ejerce como psiquiatra en el hospital de Vinatier.

Su trayectoria de escritor presenta dos facetas: la profesional y la literaria. En el terreno profesional ha publicado diversos textos entre los que cabe destacar La legende de saint Jean l´Hospitalier, y en el plano literario, relatos y las obras Portrait de fleve y Ferdiére, psychiatre d´Antonin Artaud.


Notas de prensa
Fundació Letamendi - 09/12/2015
E.Venet. Escenas de medicina imaginaria. Pasos Perdidos. Madrid 2015.
Por Francesc Borrell
¿Existe una manera de escribir propia de los médicos? Y de manera mes precisa…¿cómo mira un psiquiatra el mundo? Afirmaba Unamuno que nada cincela con mayor precisión la manera de estar como la profesión que ejercemos. Hay que evitar, hasta donde podamos, el vicio de aplicar hábitos mentales propios de la medicina a la apreciación del mundo. O al contrario, hay que aplicarlos para ver qué dan de sí, que se pierde y que se gana.

Algo de este experimento hay en el libro que comentamos. ¿Podemos hablar de un libro de relatos breves?... quizás mejor hablar de un libro autobiográfico, donde lo cotidiano se transforma por ese ir y venir del pensamiento ordinario al refinamiento semiológico. El título de la primera parte no deja lugar a dudas: vademécum de semiología médica…. Anginas, infarto, paludismo, cistitis…  Veamos que dice en depresión: “pocas enfermedades son peor tratadas que la depresión. Por una parte, se desconfía de los depresivos por miedo a que nos contagien; por otra parte, la ciencia ya no sabe reconocer a la tristeza su parte de encanto y misterio…” La depresión, según Venet, es un arranque de lucidez al ver este mundo convertido al final de los tiempos en un predrusco helado suspendido en la Nada,  y contemplar a los pobres mortales, “a ratos puercos, a ratos hienas”, pelearnos por nimiedades… Cabe distinguir, empero, entre “la buena depresión y la depresión pura y simple”. Quien así habla ya no es Venet, sino la madre del escritor, quien a lo largo del libro contrapuntea a su hijo con las apreciaciones que haría la gente común, o el sentido común. Continúa tan venerable señora: “En la primera (la buena depresión) cristalizan las virtudes de valor y abnegación, nos invita a soportar la vida y se ofrece como una vía de redención; la segunda, en cambio, empuja a legiones enteras de enfermuchos y holgazanes a atiborrarse de antidepresivos o a reclinarse en el cómodo diván de los psiquiatras”.

 

[+] Leer más...
Pero no nos engañemos, no hay ingenuidad en la prosa de Venet. Una cosa es crear relieves y paradojas con el espectro de una madre juiciosa pero inculta, y otra es el fondo existencialista del autor. Leer a Camus, Sartre o Cioran es un camino sin retorno. No podemos regresar al paraíso de una infancia analfabeta, aunque sí recordarla con nostalgia. Así ocurre con el apartado del libro dedicado a la neurosis pianística. El piano fue construido con la misión de generar placer estético no sin antes haber causado un infinito sufrimiento a quien trata de percutirlo. El Venet-niño veía en el piano a una bestia que tenía que ser domesticada. Un Stenway era algo así como un toro, el piano de estudio una vaquilla… “En mi imaginación intentaba convertirlo en un auténtico toro, cuando le arrancaba una de estas piezas de Hummel o de Kuhlau que parecía que habían sido compuestas exclusivamente para molestar a los vecinos. Y, cada vez que cometía un error al dar los pases mas sencillos, me convencía de que los pianos odian a los humanos y que les complace humillarlos y pisotearlos.  Con mis humildes sonatinas me sentía igual de idiota que si fuera un turista corriendo delante de becerros por las calles de los pueblos del suroeste  en las fiestas de verano.” Y concluye Venet: “Concierto y corrida comparten el mismo enigma: nadie puede decir lo que de verdad está pasando. (…) Es el arte del tiempo y una diversión.”

Einstein parece que afirmó algo así como que la música es al tiempo lo que una vasija al agua. El pianista lucha por comprender partituras que encierran la magia en los detalles, y que solo mediante la pulcritud de una interpretación podrá transmitir el misterio de este tiempo arrobado. “Ascesis y seducción, arrogancia y humildad: en cualquier caso es un esfuerzo excesivo para forma a un tiempo que nos afecta e hiere de la misma manera que el de los relojes”.  “Con todo hay algo inigualable en el instante de gracia que marca la última nota de una interpretación lograda y en el interminable esfuerzo y el abandono que simbolizan estos muebles tan pesados y cargados de alma. En todo caso siento apego por mi neurosis (pianística) y temo que, con la edad, el reumatismo pueda llegar a curármela”.

Este tono ambivalente, un punto irónico, otro sarcástico, viene atenuado por la capacidad del autor por observar y empatizar con los mas débiles. Un equilibrio mental que observamos en el apartado del libro “para un tratado de las ondas”, en el que dibuja cuadros psiquiátricos desde la posición del propio paciente, desde su lógica interna. Recuerda vagamente a Antonio Orejudo, (Ventajas de viajar en tren), cuando realiza minuciosas descripciones psicopatológicas desde la perspectiva literaria, (por ejemplo acatisia, o trastorno paranoide, ver mas abajo el comentario de Pablo Oliveres). Pero en el caso de Venet no le importa el artificio de la lengua, sino la lógica de la enfermedad, estas ondas terribles que emiten otros cuerpos y no le dejan a uno en paz, las ondas negativas que nos vampirizan…  pero tras las que emerge una persona.

Quizás el final del libro no está donde parece, sino en el trato que da a la muerte, por allá la página 73.  Venet nos informa que está en sus 45 años y pasea con sus hijos por el Mercado. Aunque no es tan proclive a la cháchara como su madre gusta también de los breves encuentros en que se le informa de que a tal vecino le ha fallado el corazón, “de otro que lucha contra el cáncer o de un tercero, verdadero pilar de la taberna, al que le ha fallado el hígado. (…) Los niños aunque me tiren de la maga no pierden ripio. Sin duda se forman sus propias opiniones sobre la enfermedad y la muerte, pero no dejan traslucir nada: la angustia se cuela a hurtadillas, como de contrabando, y escapa por las rendijas de los rituales que organiza”.

Y así transcurre la mañana dominical, “yo, inevitablemente bajo el peso de la trivialidad de lo trágico; ellos atravesando con paso ligero la edad de las resurrecciones. Vale.”

Francesc Borrell

 


[-] Ocultar...
Encuentros de Lecturas - 20/10/2015
Escenas de medicina imaginaria
Por Santos Domínguez
"Estábamos a mediados de los años sesenta y en aquella época se necesitaba un mes largo para fabricar unas gafas. Una tarde de otoño después del colegio fui a buscarlas con mi madre. Por supuesto, aún tuve que leer una hilera de letras pequeñas en un tablero y vivir una experiencia perceptiva interesante, aunque esta vez en un decorado excepcional, se trataba de una tienda desconocida y unos rostros nuevos. De repente descubrí todo, desde el paisaje hasta el suelo por el que andaba; ahora veía la gravilla y el bordillo de granito, todo lo que hasta entonces no era más que charcos grises sin contornos. Fascinado, alcé la vista hacia mi madre para comunicarle mi alegría, y la sorpresa me dejó sin habla: por primera vez la veía, ya no era una mancha rosa envuelta en un halo amarillo, sino una cara de verdad con nariz, boca, ojos y expresión. Además, era de una belleza deslumbrante: fue mi camino de Damasco y la apoteosis de mi crisis edípica". 
 
Es un fragmento de Miopía, uno de los treinta y tres capítulos del Vademécum de semiología médica que Emmanuel Venet presenta como la primera de las cuatro partes que integran sus espléndidas Escenas de medicina imaginaria que publicaPasos perdidos con traducción de Fernando Sánchez Pintado. 
 
Inclasificables y divertidas, ingeniosas y nostálgicas, estas escenas breves abordan diversas enfermedades no a la manera de un tratado de patología como los que seguramente estudió su autor, psiquiatra, durante la carrera; sino a través de relatos construidos desde el recuerdo de la percepción emocional infantil de las enfermedades y los enfermos.
 
Con una importante carga autobiográfica que se alimenta de los recuerdos de la infancia más que de los tratados de sintomatología clínica, lo que importa aquí es el rostro humano y cotidiano de la enfermedad, el misterio de las palabras que designan sus variantes y encienden la imaginación, entre la sabiduría popular que da la experiencia y el conocimiento científico de las distintas patologías. 

[+] Leer más...
Humor, lucidez e ironía en unos textos intensos que se mueven entre la seriedad y la risa, entre la nostalgia de la mirada inocente y la mirada a la muerte al fondo, con una escritura siempre brillante y llena de sorpresas, a veces cercana a la poesía. Escribe en Saturnismo:
 
"En las salas de espera de los hospitales y de los pediatras hay carteles que avisan del peligro de las viejas pinturas. Una extraña tristeza te invade al verlos; su fealdad y mal gusto son un insulto para Saturno y sus satélites. Hayque mirar a través de ellos para encontrar la brillante canica y sus anillos, el arrebato de locura de Goya y las promesas incumplidas de Verlaine, el precio que hay que pagar a Saturno que canta Brassens  y el orden ficticio de la biografía de Levi. Sólo entonces, al igual que se acentúa la distancia entre el azul y el negro, se impone la necesidad de devolver a la medicina la parte de poesía que tanto se resiste a aceptar".
 
Con esa voluntad explícita de devolver a la medicina la parte de poesía que tanto se resiste a aceptar, las Escenas de medicina imaginaria surgen de una mezcla de ternura y desconsuelo y construyen un libro agridulce que ofrece la representación emocional de la enfermedad con textos como este sobre los traumatismos craneales: 
 
"Lo más extraño es que incluso los supervivientes de un traumatismo craneal generalmente no pueden dar ningún testimonio. Su vida se ha quebrado en una fracción de segundo y durante esos instantes no les pertenece, el ángulo de ruptura se vuelve punto de fuga fuera del cuadro, y concentra toda perspectiva más allá de la conciencia. Se cuenta que Pierre Nicole evitaba andar por las aceras por miedo de que le cayera una teja en la cabeza. A lo mejor lo que más temía era sobrevivir al golpe".
 
En las tres partes restantes, Venet aborda unos imaginativos Primeros esfuerzos para un tratado de las ondas, el autobiográfico Neurosis pianística que hunde sus raíces en el complejo de Edipo y elabora en la parte final el estupendo Indeterminación terapéutica desde la evocación de la figura de un pediatra que aconsejaba despreciar los síntomas como la mejor manera de curar las enfermedades, aunque pese a todo y por si acaso se habla de las posibles terapias: radiaciones y medicamentos, jarabes y vendas, inyecciones y tisanas, perfusiones y cirugía.
 
"Nuestro padre, por su parte, estaba convencido de que preocuparse por los síntomas los convertía en mortales y, por tanto, despreciaba drásticamente los suyos: lumbago, toses, dolores de estómago. 
 
Un conocido nuestro, un cincuentón que hacía deporte y llevaba una vida moderada, tuvo un bajón después de cenar. Decidió echarse el momento; al rato su mujer fue a acostarse y se encontró con un cadáver. Me acuerdo de él cuando el cansancio me pesa demasiado y me obliga a hacer un enorme esfuerzo de desprecio. En cuanto uno baja la guardia, los dramas se producen con tal rapidez, los corazones dejan de latir con tal facilidad…"
 
Hay en este espléndido breviario algo de relato iniciático, de evocación del descubrimiento del mundo y el deslumbramiento de lo secreto, de los demás y de uno mismo en las convalecencias:
 
"Debo a las anginas el descubrimiento de las horas muertas: la calma deliciosa que deja tras de sí el barullo de la mañana, el ritmo tranquilo de la compra y de las tareas domésticas, el ligero aburrimiento de las horas de sobremesa. Tesoros que me eran arrebatados al final de la tarde cuando regresaban los ausentes y con ellos el ritmo de la vida ordinaria. A partir del segundo día tenía que exagerar un poco para no perder demasiado deprisa las ventajas que me proporcionaba esa situación. Fingía una inmensa fatiga, hacía muecas al tragar, intentaba no mostrar un excesivo ardor cuando jugaba. Terminaba a mi pesar por acceder a curarme, a recuperar las clases y finalmente a sumergirme sin alegría en el torbellino".
 

[-] Ocultar...
Revista Détour - 09/10/2015
Emmanuel Venet. Aprendizajes vitales
Por Óscar Brox

He aquí un curioso acercamiento a la memoria del pasado, a los años de formación y de aprendizaje sentimental. La reconstrucción de una época a través de la historia de las pequeñas y las grandes dolencias. De aquellas enfermedades con nombre y aquellas otras envueltas en el misterio infantil, entre el asombro y el terror. Males, afecciones, trastornos y dolores que componen las viñetas de este relato familiar escrito por Emmanuel Venet. Retrato irónico y negro, en el que su autor describe ese tiempo infantil de continua exploración a través de la mirada fascinada que despierta la enfermedad. La alteración de una existencia cotidiana a menudo soporífera. El conocimiento de esas vidas ajenas, desgastadas, que se mueven por el rellano de la finca o al otro lado de la esquina; que son pasto de las murmuraciones y de las crónicas negras. Nombres que saltan de un oído a otro, rostros que de pronto se difuminan en la memoria, enfermedades que devoran la aparente placidez del nido familiar.


[+] Leer más...

Asentado en la madurez, Venet abre la llave de sus recuerdos para recuperar aquellas figuras de un pasado cada vez más remoto. Para explicarnos su vida, sus decisiones, sus relaciones personales y el íntimo nexo de unión que cada uno de esos elementos ha mantenido con la enfermedad. Todo comienza con la neurosis pianística de la madre, con ese piano de cola mastodóntico que los dedos infantiles de Venet no consiguen domar en sus primeros contactos. Cualquiera diría que es desde la banqueta, mientras practica sus ejercicios de digitación, desde donde el joven Emmanuel toma contacto con el mundo de las enfermedades. O, dicho de otra manera, con la edad adulta. Con los achaques, las tensiones, las fricciones y ese ejército de palabras que se apelotonan en nuestras cabezas hasta forzar la jaqueca. Allí, en virtud de esa mirada curiosa, se fraguan las palabras que su posterior educación médica convertirá en posología, diagnóstico y análisis.

La escritura de Venet se mueve entre lo sensible y lo grotesco sin advertir una transición clara entre ambos extremos, dejando que convivan en armonía en los retratos personales que recupera de su memoria. Así, escribe sobre su amigo Bernard Simeone, enfermo de hipocondría, que redactaba su testamento al poco de cumplir los veinte e invertía buena parte de su jornada en palpar los ganglios y autodiagnosticarse una leucemia severa. Con esa suerte de tristeza romántica que le emparentaba con el desdichado Rilke, muerto tras pincharse con un rosal. Con Venet, uno nunca sabe cuándo es tiempo para la sonrisa y cuándo para la conmiseración, pues la más bella descripción deviene, de golpe, caricatura mordaz de nuestros infinitos complejos humanos. De manera que aquel amigo víctima del mal de Rilke, afectado por laenfermitis aguda, se cura de su hipocondría muriendo de un rarísimo cáncer de duodeno.

Venet relata unos años salpicados de costumbrismo, en aquella época en la que la modernidad todavía no había barrido del mapa a determinadas figuras. Cuando todo resultaba más cercano, próximo, y la vida necesitaba pocas instrucciones de uso. De hecho, lo bonito de esos recuerdos es que ponen de manifiesto ese candor grosero de la mirada infantil; el trazo grueso con el que componemos a los demás a partir de unos pocos detalles. Ahí queda esa vecina perdida en su alcoholismo, Popette, que su autor dibuja a partir de sus andares titubeantes, sus carrillos enrojecidos y el olor denso, a perfume y bebida, que dejaba a su paso. La estampa rezuma crueldad, pues Popette ilustra la entrada que Venet dedica a la cirrosis, pero a la vez una extraña dignidad hacia una figura vejada por las habladurías y por esa otra clase de enfermedad, de índole social, que orillaba los problemas hasta convertirlos en monstruos con un rostro reconocible. Perdidos, viciosos y gastados, cuya existencia apenas había dado para ahogarse entre frustraciones mundanas y botellas vacías. Otro tanto sucede con la Fifine, la segunda bruja del rellano, mujer pestilente destruida por la polio. Venet vuelve a sacar punta a su mirada infantil para describir a esa criatura devastada por la inmovilidad, capaz de desnudarse en plena calle en busca de esa pizca de humanidad que tanto tiempo le había rechazado. Así hasta acabar tirándose por el balcón, víctima de esa otra enfermedad que, como con la Popette, solo se descubre al alcanzar la madurez. Cuando las palabras para contarnos, para explicar nuestras preocupaciones, son tantas que corremos peligro de sufrir de asfixia mental.

Por las páginas de Escenas de medicina imaginaria desfilan un rosario de enfermedades y un retrato materno que compite con la mayoría de ellas. Una relación marcada por esa pueril neurosis pianística que marca el desarrollo sentimental de su autor. Años de torear a un Steinway, de aceptar a regañadientes la tutela musical de una institutriz, de buscar el alma en las teclas del piano y, tal vez el pasaje más bello de todo el libro, de asistir al momento mágico en el que el coloso enano Michel Petrucciani tocó un boogie-woogie endiablado en un club de jazz. Años de aprendizaje nada magistrales con los que Venet capea el temporal de la madurez y ese instante en el que las enfermedades imaginarias que ha retratado con sorna se vuelven trágicamente reales. Cuando ese animal fantástico que es la vida adulta, de pronto, nos alcanza con la fuerza de un rayo y nos enseña a pronunciar la tristeza, la vejez y las preocupaciones. Cuando la muerte cercana trae a la mente el recuerdo de aquellos personajes de fondo, todos ellos singulares, cuyos rostros devoró el tiempo y la vida misma. Por eso, decíamos, hay muchas formas de contarse, de ejercer la autoficción, y Emmanuel Venet escoge de entre todas la de un psiquiatra que reflexiona, con humor y una pizca de amargura, sobre todas esas cosas inexplicables que encierra la vida. Esas que encuentran su sentido ante el dolor de los demás.

 

[-] Ocultar...

 
Pasos Perdidos 2011
Inicio | Catálogo | Autores | La editorial | Distribución | Foreign rights | Contacto Diseño y desarrollo: El viajero