Pasos Perdidos
La trampa
Traductor: Salvador Pernas Riaño
Idioma original: francés
Páginas: 192
Primera edición: 2015
ISBN: 978-84-941162-9-2
PVP: 14,50 €
Formato: 13 x 21 cm

La trampa

Emmanuel Bove

Después de la derrota del ejército francés, en 1940, Joseph Bridet se niega a aceptar la ocupación alemana e intenta unirse al general De Gaulle en Inglaterra. Para conseguir el salvoconducto que le permita salir de Francia, entra en contacto con algunos de sus amigos, que ahora ocupan altos cargos en el régimen de Vichy. A partir de ese momento, nada más llegar a Vichy y tratar con la policía, se pone en marcha un mecanismo que se va cerrando sobre él.

Bridet es un hombre corriente, lleno de vacilaciones y de miedo, que nunca sabe con certeza por qué lo que hace, o intenta hacer, se convierte en una amenaza y se debate inútilmente para escapar de la trampa en la que con cada movimiento se hunde cada vez más.. En esta novela, de resonancias kafkianas, Bove logra dar consistencia a la oscuridad, a la niebla en la que se mueven sus personajes sin ningún horizonte después de la ocupación nazi.

La Trampa es el testimonio de uno de los períodos de la historia más oscuros y atroces. Con un estilo realista y rasgos de humor a veces terrible, no es sólo una novela de suspense, sino el retrato de la Francia ocupada, desprovisto de toda retórica y, por ello, el más desolado y verdadero. 


Emmanuel Bove
Emmanuel Bove

Emmanuel Bove (París, 1898-1945), seudónimo de Emmanuel Bobovnikoff, es uno de los grandes novelistas franceses del siglo XX. Hijo de un exilado ruso y de una criada luxemburguesa, la infancia de Bove transcurre en París, Ginebra e Inglaterra, y está marcada, según las rachas de fortuna de su padre, por la inestabilidad entre un mundo de lujo y la miseria,

En 1924 publica, a instancias de Colette, su primera novela (Mes amis) que conoce un gran éxito, y en 1928 obtiene el premio Figuière, considerado más importante que el Goncourt.  A partir de entonces comienza un período de fecunda producción literaria con más de treinta obras publicadas, entre las que destaca El presentimiento (Pasos Perdidos, 2016). Colette, André Gide, Rilke, Max Jacob, Beckett («nadie como Bove ha tenido un sentido tan agudo del detalle») o Peter Hancke, su traductor al alemán, elogiaron su obra.

En 1942 consigue abandonar la Francia ocupada por los nazis y en Argel escribe sus últimas novelas: Huída en la noche (Pasos Perdidos, 2017) y La Trampa (Pasos Perdidos, 2014), que se niega a publicar hasta la liberación. Durante su exilio en Argelia contrae el paludismo y, a su regreso, muere en París en 1945.


Notas de prensa
Revista El Ciervo - 06/10/2015
La trampa de Emmanuel Bove
Por

Quizás sea Kafka el autor más profético del s. XX y la burocracia, el mejor aliado del totalitarismo. Lo demuestra Bove en esta espléndida novela de 1945, un retrato devastador del régimen de Vichy y la ocupación alemana. Bridet es un hombre corriente que se va hundiendo en la trampa de un sistema inhumano. Sin escenas de violencia, Bove, heredero de Kafka, demuestra que el terror cabe en un despacho.

Brújulas y espirales - 11/05/2015
"LA TRAMPA", UNA NOVELA PROFUNDAMENTE PERTURBADORA
Por Francisco Martínez Bouzas

La trampa es una novela escrita hace más de sesenta años y que sin embargo no ha perdido vigor ni actualidad, tanto por los temas de fondo y la trama argumental que la nutren, como por el tratamiento narrativo. La primera edición original de la novela (La piège) data del año 1945. Su autor, Emanuel Bove, pseudónimo de Emmanuel Bobonikoff (París, 1898) la escribió entre los años 1942, fecha de su autoexilio en Argel, disconforme con la ocupación nazi, y 1945, año en el que fallece en París. Emmanuel Bove, autor de una obra literaria notable en títulos -también de novelitas populares que firmaba con pseudónimos y ajenas según sus mismas palabras al oficio de escritor-, fue descubierto por Colette que quedó hipnotizada por la sequedad de la prosa con la que escribió su primera obra, Mis amigos. Sin embargo, caería en el olvido por la singularidad de sus textos y por ser un escritor puro, ajeno a cualquier causa que no fuese la literatura, hasta que la traducción de sus obras al alemán por Peter Handke le redescubriría de nuevo. Años más tarde será aplaudido por Sacha Guitry, Reiner Maria Rilke, Max Jacob, Samuel Beckett o Roland Barthes. En la actualidad está considerado como uno de los grandes escritores franceses del pasado siglo.


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 Como en El proceso, la novela de Kafka, con la que tantas similitudes tiene La trampa, el protagonista Joseph Bridet, además de su trágica odisea personal, es un símbolo de una absurda tragedia, una víctima del poder burocrático y totalitario. En efecto, si uno de los significados del adjetivo “kafkiano” expresa la situación que se produce cuando alguien es arrastrado de forma incomprensible por algún mecanismo administrativo o policíaco, la historia de Josph Bridet que nos relata Emmanuel Bove, puede considerarse plenamente inmersa en esas enigmáticas coordenadas kafkianas.
   La acción de La trampa transcurre en la Francia de 1940. La Francia ocupada la parte norte y bajo administración alemana y “liberada” la parte sur y administrada por el régimen colaboracionista de Vichy. El protagonista, Joseph Bridet, al que le repugna el régimen el régimen colaboracionista, viaja a Vichy con la intención de conseguir, con la ayuda de antiguos amigos y conocidos, un salvoconducto que le permita establecerse en el extranjero, fingiendo querer ser útil al nuevo Estado Francés, pero con la secreta intención de unirse en Inglaterra al movimiento de la France libre del general De Gaulle. En Vichy se hace pasar infructuosamente por petainista, pero los contactos con sus antiguos correligionarios no dan el fruto apetecido y el tránsito por oficinas de funcionarios burócratas a los que se ve obligado a visitar, le van sumergiendo paulatinamente en la tupida telaraña de una inexorable trampa que se va cerrando sobre él de una forma inflexible. A diferencia del Josep K.  de El Proceso, será absuelto por un tribunal francés, pero la suya será únicamente una absolución aparente, no la absolución real que está en manos de las autoridades alemanas que ordenan su conducción  a un campo de internamiento. El trágico desenlace, en cuyo recorrido el lector sigue perplejo al protagonista perdido en el laberinto del engranaje de una conspiración, no desmerece del de Josep K. vestido de negro y degollado en una plaza de la ciudad.
   Emmanuel Bove nos ofrece una novela desasosegante, íntimamente perturbadora, no obstante los breves brillos de esperanza que parecen surgir a medida que avanzan las páginas. E. Bove no solo se adentra en una de las etapas más obscuras y vergonzosas del país vecino, en la que reina el egoísmo, el miedo y la traición; y la brutalidad de la derrota invade en todas partes las mentes de la gente, sino que nos presenta el mundo de la justicia como algo vago y nebuloso. En esas circunstancias, el autor se sirve de un hombre corriente, comido por las dudas, el miedo y las contradicciones para hacer todavía más visibles los férreos tentáculos de la trampa en un país ocupado por los nazis y por un régimen policial a cuyo control es imposible escapar.
   Una novela alejada de todo artificio u ornamentación formal. Emmanuel Bove únicamente se permite algunas pausas narrativas para recrear, con estilo preciso, los espacios en los que se desarrolla la narración. Pero su relato lineal está sobre todo centrado en los personajes y en el desarrollo de la acción que nos hace llegar a través de un estilo realista, atravesado a veces por rasgos de humor negro y patético; con una gran piedad, sin embargo por las víctimas, aunque se encuentren en las antípodas del heroísmo. Una novela pues que es mucho más que el relato de la pesadilla de un enfrentamiento con una ininteligible burocracia, sino el desencadenamiento de una tragedia que no dejará al lector impasible.

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Revista Détour - 20/04/2015
Emmanuel Bove. Sin salida
Por Óscar Brox

La Francia ocupada vivió, desde su inicio hasta su apogeo, en un precario equilibrio. El mismo que sustentaba al gobierno títere del Mariscal Pétain y que auspiciaba la conversión de más de un oportunista al bando de los vencedores. A toda máquina, el Frente Nacional echaba mano de la inútil burocracia para dirigir, con pulso titubeante, un país lentamente devorado por la sombra nazi. El terror estaba por llegar, pero ya se dejaba sentir sobre una población ahogada entre la miseria y la ciega convicción en un régimen impotente. En aquellos años, Emmanuel Bove -Bobovnikoff de nacimiento- buscaba su salvoconducto para marchar a Inglaterra, donde se encontraban los aliados de De Gaulle. Sin embargo, el plan de huida le llevó hasta Argelia; exiliado, rechazado y, finalmente, enfermo. El lugar en el que permaneció hasta el final de la Guerra, donde escribió, entre otras novelas, La trampa.

Joseph Bridet, el protagonista del relato, tiene en común con su autor la urgente necesidad de hallar la manera de llegar hasta Inglaterra; más que por gaullista, como dice ser, para huir de un ambiente que poco a poco asfixia con más fuerza a la población; en el que la ilusión de la reconstrucción es un espejismo alimentado por la propaganda y el miedo. Porque Bridet, al fin y al cabo, no es menos cobarde que aquellas viejas amistades que se han pasado al bando de Pétain y presumen de despacho en el ministerio. Y como tantos otros, lo único que sabe hacer es oponer una resistencia tan ciega y fallida como el gobierno contra el que pelea. A merced de la presencia cada vez menos ominosa de una Alemania que coloniza el país con sus encantamientos. Un nazismo que traslada a Francia las formas deshumanizadas de un relato de Kafka, en el que sus protagonistas pierden el aliento ante una burocracia petrificada que se alimenta de su energía.


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La trampa es, prácticamente, un relato de terror. De un miedo que no consiste, principalmente, en la muerte, sino en la pérdida definitiva de la libertad. A través de Bridet, Bove encadena una serie de episodios en los que toma cuerpo la amenaza de quedar a merced de la ley. Un permiso sin firma, un paso no autorizado a la franja ocupada, una infracción leve… se trata siempre de situaciones que conducen a su protagonista a pedir auxilio a toda instancia burocrática, es decir, a perderse en el laberinto de intendentes, ministros y policías que, a la postre, exprimen cualquier potencial revolución individual. Bove describe esa cárcel sin barrotes con una mezcla de ironía y pavor, conocedor de que, durante esa primera fase, su criatura todavía no ha renunciado a la libertad que le es propia; tan solo, se ha resignado a aceptar que no será tan sencillo que le sea devuelta. Lo importante, piensa el autor, es que confía en no perderla. Y esa es, tal vez, la reflexión más demoledora que podía describir el giro de los acontecimientos que imprimió la Francia ocupada.

En el fondo, Bridet nunca deja ser perseguido; unas veces por su propio miedo y otras por los mecanismos del Estado. Pese a la confianza ciega de su mujer, que cree en todo lo que le aseguran los hombres de Pétain y los alemanes, el hombre se hunde, cada vez más rápido, en el profundo cenagal que solo tiene una salida: los campos de concentración. En ese momento poco importa si se es bolchevique, revolucionario, judío, gitano o gaullista, pues lo fundamental, la libertad individual, ha sido usurpada con la violencia de un edicto, una detención ilegal o, peor aún, la promesa de subsanar alguna clase de error burocrático. Ya ni siquiera el exilio interior puede evitar el cataclismo: el paso del campo concentracionario al campo de la muerte. Bove lo sabe, no ha dejado de evocar durante la novela la presión que se cernía sobre su personaje, y encara esas páginas con la angustia del desenlace fatal. Inevitable. Ineluctable.

Perdido el lenguaje, sacrificada la comunicación, arruinada la huida, ¿qué queda? En los últimos pasajes del libro, Bove se enfrenta a la ficción con todo el terror que sus ojos divisan desde el exilio. Sin poder hacer nada por su criatura, que acepta el destino tras la broma infinita que le condujo por los laberintos de la burocracia de Vichy. Podría decirse, no sin cierta ironía, que La trampa es la historia de un héroe de su tiempo, el turbio retrato del Mal y de la destrucción de la moralidad. Pero, en realidad, la novela de Bove es un cuento de terror, aprisionado bajo los devastados cimientos de la Francia ocupada, que explora sin concesiones ese paisaje en ruinas. Un lugar en el que sus protagonistas caminan perdidos, en busca de una libertad que les ha sido robada, hasta dar con la única puerta de salida en mitad del desconcierto: el campo de concentración. La muerte. El final. El terror.


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Revista de Letras - 21/05/2011
“La trampa”, de Emmanuel Bove
Por Joan Flores Constants

Es posible que nuestros terrores infantiles, quizás por el hecho de producirse en una etapa en las que somos fácilmente susceptibles a las impresiones, sobre todo si éstas son de carácter visual más que conceptual, y supongo que debido a que no poseemos todavía las herramientas racionales para un análisis objetivo, queden alojados en nuestra memoria de forma indeleble; incluso años después, cuando ya hemos sido capaces de discriminar las amenazas reales y las imaginarias, podemos recordarlos, con huellas de ese escalofrío primario, sin la fascinación de la inocencia, pero aún con ciertos visos de peligro: lo que nos amedrenta no es la amenaza en sí, sino el recuerdo del efecto de esa amenaza en nuestra mente inmadura.

Proveniente del cine de las tardes de domingo y de la versión interplanetaria en alguno de los episodios de la serie original de Star Trek, sigo, no ya aterrorizado pero sí fascinado por las amenazantes arenas movedizas. Me parece recordar, aunque la cercanía a la obsesión que alcanzó el fenómeno en esa época tal vez altere mi recuerdo, que aparecían en multitud de películas, y lo que las hacía fascinantes no era el hecho de poder caer en ellas sino el de que, una vez apresado, el sujeto se enfrentaba a una terrible variedad de zugzwang: si se quedaba quieto, podía sobrevivir, pero si se movía e intentaba salir, se hundía rápidamente. Naturalmente, el exagerado maniqueísmo de los guionistas de la época daba siempre con el remedio adecuado: si era “el bueno” el afectado, siempre aparecía una cuerda o una rama salvadora; si era “el malo”, la “justicia poética” se encargaba de otorgarle un fin terrible.

La acción de La trampa (Le piège, 1945) transcurre en Francia, en plena II Guerra Mundial, cuando el país se halla dividido en dos: la parte Norte, la Francia “ocupada”, bajo administración alemana, y la parte Sur, la Francia liberada, administrada por el denominado “Régimen de Vichy”, una época de la historia reciente, y tema de multitud de novelas y ensayos, que el país no ha superado aún. Joseph Bridet, periodista, un hombre común, más asqueado del régimen colaboracionista que gaullista convencido, se prepara para escapar a Inglaterra y unirse a De Gaulle; con ese fin, recupera algunas amistades antiguas, bien relacionadas con el poder, para conseguir un salvoconducto. Lo que Bridet ni sabe ni puede adivinar es que esos contactos van a desencadenar una pesadilla que, al más puro estilo kafkiano, le conducirá gradualmente a la tragedia.


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"Los acontecimientos justifican que cambiemos de costumbres. No debemos sorprendernos de nada, hoy en día todo es posible [...]. El tiempo de la facilidad, la consideración y las atenciones había quedado atrás. Era como si no hubiera acabado de comprender el sentido profundo de la derrota, como si hubiera seguido imaginándose ingenuamente que las cosas podían continuar igual que en una época normal".

Bridet se encuentra atrapado en una red que forman las viejas autoridades, que deben, con sus hechos, mostrar su sumisión a la situación, y las nuevas, que necesitan distinguirse e imponerse a las antiguas. Al ser una situación aceptada, pues la ocupación fue fruto de un acuerdo y no una imposición del invasor (Francia no fue vencida: se rindió), nadie sabe con exactitud cuál es el proceder correcto. Sin embargo, la situación dista de ser tan diáfana, ya que el enemigo, un poder sin rostro, no se muestra de manera evidente y, además, la arbitrariedad del poder autocrático hace que ni siquiera esté claro cuál es la conducta adecuada: no hay manera de dilucidar la lógica totalitaria, y el hecho de ser inocente no es óbice para no verse involucrado o inculpado, y cualquier conducta, en un momento dado, puede llevar, debido al hecho de que los límites de la legalidad son extremadamente difusos, a ser detenido.

La referencia a Kafka, a El proceso, es indudable, pero el acierto de Bove es eludir el absurdo; con un tono de frío realismo y con una atención minuciosa al detalle, el autor va trazando una telaraña, o mejor aún, unas arenas movedizas, que acaban dibujando una desolada cartografía de la desdicha. A la desesperanza del perdedor por omisión, se une la indefensión del protagonista ante la amenaza que supone el hecho de ser encausado sin conocer los cargos y sin poder esclarecer si cualquier declaración puede redundar en su beneficio o en su definitiva pérdida.

"[...] por no se sabe qué misteriosos designios, cualquier situación puede darse la vuelta".

A medida en que avanza la acción, la situación de Bridet empeora progresivamente; es cierto que las amenazas de prisión nunca acaban concretándose, pero los contradictorios anuncios de liberación tampoco surten efecto, y el juicio en el que es exculpado es invalidado; pero la espiral del horror ya ha empezado a girar y, una vez alcanzada la velocidad de crucero, nada puede detenerla: Bridet acaba confinado en un campo de internamiento con cada vez menos esperanzas, en un ambiente crispado por las amenazas y las elucubraciones de los compañeros de reclusión.

"En los momentos trágicos de la vida nada hay más agobiante que la zozobra de los que nos rodean. Hemos logrado, a fuerza de voluntad, apartar de nuestros pensamientos todo lo que puede aumentar nuestro temor y, entonces, nos encontramos rodeados de personas incapaces de hacer el mismo esfuerzo".

La trampa es una novela excelente, imprescindible y, aunque compuesta en un época que parece lejana en términos temporales, con un tratamiento narrativo magnífico, una escritura despojada de cualquier manierismo con el fin de potenciar su carácter realista -consiguiendo de este modo, insisto, hacer más verosímil el horror, la angustia de la duda- y un desarrollo de la acción magistral. Pero, y más teniendo en cuenta que las heridas de la II Guerra Mundial permanecían todavía abiertas, es también un ajuste de cuentas con el horror de un pasado que Bove no quiere que se suma en el olvido; por esa razón, la novela posee también una vertiente crítica que ataca los cimientos del colaboracionismo, la miseria de la traición, la insignificancia del ser humano individual ante la trituradora de la realpolitik, y con un corolario que no caduca: la traición de los compatriotas es mucho peor que la agresión de los invasores.


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El Ciervo - 01/05/2011
La Trampa
Por

Una tragedia servida a fuego lento. Bove es un mago de las palabras. Sabe cómo conducirlas y hacer que digan exactamente lo que él desea. Lo demostró en uno de sus primeros libros, Mis amigos, publicado en Pre-Textos. Admirable. Mejor, fascinante. Qué dominio del lenguaje. Qué estilo. Único. En esta ocasión, en La trampa, recuerda otras novelas relativamente breves y angustiosas como El proceso, de Kafka, o Bartleby el escribiente, de Melville. Una lectura encantadora, a pesar de su contenido dramático. Una pequeña obra de arte para retener cerca de todo lector de exquisiteces y otras delicias.

Estado Crítico - 01/01/2010
Una vida en la Francia ocupada
Por Manolo Haro

Lanzados a la búsqueda de consanguinidades literarias, se puede decir que La trampa de Emmanuel Bove (París, 1898-1945) puede considerarse hermana de El proceso de Franz Kafka. Su personaje, Joseph Bridet –otro Josef K.– se coloca en las precisas coordenadas espacio-temporales de la Francia ocupada, mientras intenta lograr un salvoconducto para cruzar hasta Londres y unirse al general De Gaulle. El infierno judicial y burocrático que entrevió e imaginó Kafka como antesala del mundo contemporáneo en su novela está presente en La trampa de forma dramáticamente palpable.

En el Hotel Carnot de Lyon, habitación 59, vive Joseph Bridet. Yolande, su mujer, lo hace en el Hotel d´Anglaterre de la misma ciudad. Algo va mal entre ellos. La guerra trae distanciamientos en la vida conyugal y en los intereses personales: ella quiere volver a París y reabrir su sombrerería; él, conseguir un 'ausweiss' (salvoconducto) que le permita salir de Francia. Con ese fin realiza un par de viajes a Vichy para tocar algunas teclas entre el funcionariado colaboracionista, apoyándose en la inestable cuerda de las identidades (pro-Petain o gaullista) en un momento en el que todo el mundo está bajo sospecha. Sus contactos no sólo no le dan respuesta a su petición, sino que hacen que comience a funcionar la desesperante e intrincada aleatoriedad de la burocracia policial y judicial en un sistema en el que nadie parece conocer los límites ni las leyes. A partir de este momento el círculo se va estrechando en torno al protagonista y el lector sigue, entre perplejo y alucinado, los avatares de este proceso. Su mujer es un contrapunto ante la desquiciante velocidad del relato: ambigua, serena y desasosegante, sigue al marido por el entramado de oficinas, salas de interrogatorio, juzgados y celdas, ofreciéndole una vez tras otra la esperanza de una liberación que no llega.


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Aligerada de cualquier retórica vana, Emmanuel Bove sólo se permite unos breves apuntes cuando se trata de recrear el espacio. Su certero y preciso estilo únicamente quiere pintar las calles, los pasillos, las habitaciones, los cielos y las luces que cruzan el relato. Está más interesado en los personajes y en la acción que en la escueta tramoya que coloca tras lo que narra. Aquí la miseria moral no entiende de líneas de demarcación. El alma de colaboracionistas y de aparentes gaullistas está atravesada por la ocre y nauseabunda oscuridad de la traición y el beneficio propio. Bove en La trampa consigue meter en la coctelera a Kafka y a Ionesco, agitando el combinado con la velocidad de la locura. El bebedizo no deja al lector impasible, sino rumiando, cuando reposa lo leído sobre la almohada, con una sensación de que en la actualidad se sigue aún tejiendo con el mismo hilo el telón oscuro que cuelga en algunas arquitecturas represoras.

El encuentro sentimental entre un exiliado ruso y una criada luxemburguesa da como fruto a Emmanuel Bobovnikoff. Los pseudónimos Pierre Dugast et Jean Vallois Bove esconden al hombre que acabaría firmando sus obras como Emmanuel Bove. Su vida se movió al vaivén de la rueda de la Fortuna. Ginebra, Viena, Londres, Argel, París. Conductor de tranvías, camarero, obrero de la Renault, taxista. La peripecia literaria de Bove tuvo la bendición de Colette, Gide, Rilke, Max Jacob y Beckett. Como ocurre siempre en estos casos, hay que descorchar una buena botella de lo que sea para brindar porque las mesas de novedades recojan estos extraños meteoros. Si alguien tiene el arrojo de abrir sus páginas, le aconsejo que coloque bajo la aguja Ascenseur Pour l'échafaud de Miles. Se oye la respiración de Bridet.


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