Los cien días es una obra de madurez de Joseph Roth inédita en España. Si Roth es el gran novelista del ocaso del Imperio austrohúngaro, en Los cien días recrea el final de otro imperio.
Comienza con el regreso de Napoleón de su exilio en la isla de Elba, llega a Francia rodeado del fervor popular, levanta un ejército y finaliza en Waterloo.
Durante esos cien días el emperador es asaltado por el desánimo y la duda. Sabe que los vítores de la multitud van dirigidos a la imagen de un Napoleón que ya no existe. Y es a esa imagen a la que Angelina une su suerte ciegamente. Durante la novela se entrecruzan los destinos de ambos, del general victorioso que ha cambiado la Historia y del personaje anónimo que es arrastrado por ella.
«Me interesa ese pobre Napoleón –escribió Roth–. Se trata de transformarlo: un dios que se convierte en hombre, mostrarlo en el único período de su vida en que es “hombre” y desgraciado. Quería convertir a un grande en un humilde. Es la primera vez en la historia moderna en que aparece con toda claridad».
Joseph Roth nació en 1894 en Brody, principado de Galitzia-Volinia, por entonces en el Imperio autrohúngaro y hoy en Ucrania, y murió en Paris en 1939.
De familia judia acomodada estudió literatura y filosofía en Viena, se alistó voluntario durante la Gran Guerra y desde 1923 viajó por toda Europa como corresponsal del periódico Frankfurter Zeitung. Finalmente, huyendo del nazismo, se exilió en Paris. Enfermo y alcoholizado, murió allí poco antes del inicio de la segunda guerra mundial.
Escribió en alemán diecinueve novelas (La marcha Radetzky, Izquierda y derecha, Job, Tarabas, El peso falso o La leyenda del santo bebedor), libros de cuentos, artículos, reportajes y ensayos. Testigo del hundimiento del Imperio de los Habsburgo y del comienzo de una época que llevaría a una nueva diáspora y al genocidio del pueblo judio, es considerado uno de los grandes escritores del siglo XX.
Joseph Roth (1894 – 1939) Fue un testigo excepcional de la sociedad de su tiempo, de su convulsa efervescencia, tanto en la Europa que le vio nacer y la no menos convulsa época anterior, es decir el imperio napoleónico. Hay que tener en cuenta que no fueron tantos años los que transcurrieron desde la muerte del emperador y la niñez de Roth, máxime conociendo que en aquellos años finales del XIX, los medios de difusión estaban todavía bajo la comunicación oral en esas noches de tertulias junto al fuego del hogar, las reuniones en los casino cafeterías, donde los mayores narraban sus recuerdos y otros sucesos de épocas anteriores, pero todavía sin cicatrizar.
Joseph Roth (al que no hay que confundir con otro Joseph Roth norteamericano contemporáneo nuestro, y también judío) siempre fue un amigo de las virtudes democráticas. Quizá fuera una visión con matices subjetivos, porque en este sistema político hay socavones; como en otros. De todas formas fue el gran novelista del imperio austrohúngaro. Años después escribió Los cien días; la definitiva caída del imperio napoleónico; suceso anterior (1814) al imperio de Centroeuropa.
Los cien días ES UNA JOYA LITERARIA, donde el autor vierte todo su buen hacer de escritor, para retratar al Corso en su estertor final, desde el abandono de la isla de Elba hasta su reclusión en la isla de Santa Elena. Casi cien días.
A pesar de sus excelentes dotes literarias, en la que describe magistralmente la situación de Paris, el resto del imperio, sus colaboradores y, sobre todo, el firme retrato de Napoleón, estamos ante un emperador destruido que trata de reverberar antiguos dorados laureles. Si me permiten la expresión, nuestro personaje no debía “caer” muy bien a Joseph Roth, aunque trata ser objetivo, no cabe duda. El perfil psíquico y físico de Bonaparte, en efecto, da para escribir varios libros. Era, como todos los genios, un extraño y un ídolo para los que le trataban cercanamente. De todas formas hay que recordar que las batallas originadas por este personaje supusieron la muerte de más de cinco millones; de ellos uno y medio franceses.
Todo concluyó con Waterloo. Su última derrota en la última batalla. Sabiendo que todo se había desmoronado, supo conservar una especie de alo de dignidad, ridículo para sus oponentes.
Y sin embargo, quería a sus soldados, a su tropa. Resulta literariamente magnífica la recreación que el escritor de la visita a caballo por los campos de batalla, concluida ésta.
Opino que resulta más verosímil y escalofriante que la descripción de los solados en pleno conflicto.
Estamos ante un trabajo solvente, escrito alrededor del año 1936 e inédito en nuestro país.
Para especialistas y amantes de la novela histórica.
No han sido cien días, sino 77 años los que ha tardado en editarse en España Los cien días, de Joseph Roth (Brody, 1894 – París, 1939). Hubo una edición en los años 70 en Argentina en la editorial Siglo XXI, actualmente descatalogada, y que necesitaba de una nueva traducción y edición, como la que saca al mercado esta semana la editorial Pasos Perdidos.
Escrito por Roth apenas tres años antes de morirse, Los cien días es una dramatización del retorno de Napoleón a París desde su exilio en la isla de Elba en marzo de 1815, de su regreso al poder, de sus dudas existenciales y políticas, de sus fracasos militares (Waterloo, sobre todo), y de su derrota definitiva en junio de 1815, cuando se produce la segunda restauración de Luis XVIII como rey de Francia.
Aparecen personajes conocidos en el entorno de Napoleón, como un atribulado Benjamin Constant que se deja embaucar por las promesas liberales y constitucionalistas del emperador. Pero Roth no realiza un panegírico de figuras históricas, sino que los confronta con personajes anónimos, esos que idolatran al militar corso y que vitorean a un Napoleón que ya no existe. Es el caso de Angelina, que une su suerte al emperador retornado ciegamente. Los destinos de ambos se cruzan: el del general victorioso que ha cambiado la Historia y el del personaje anónimo que es arrastrado por ella.
Bajar del pedestal a Napoleón
El propio Roth diría que su intención no fue otra que bajar del pedestal a Napoleón y “transformarlo: un dios que se convierte en hombre, mostrarlo en el único período de su vida en que es “hombre” y desgraciado. Quería convertir un grande en un humilde. Es la primera vez en la historia moderna en que aparece con toda claridad.”
Coincide esta edición en España con una nueva reivindicación del general en el país galo, donde en 2005, y con el mismo título que la obra de Roth, el exprimer ministro francés Dominique de Villepin publicó su libro sobre Napoleón, de quien es público admirador y experto. Además, el historiador británico Anthony Beevor ha anunciado que su próxima obra, tras su libro sobre la II Guerra Mundial, también será sobre el emperador corso. Veremos si se acerca más a la humanización de Roth o a la hagiografía de Villepin.
Los cien días hace referencia al periodo que va desde la fuga de Napoleón de la isla de Elba hasta su embarque en la fragata inglesa Bellerophon, camino de Santa Elena, tras su derrota definitiva en Waterloo. Es decir, se aborda en esta novela, inédita en español, el intervalo que media entre el regreso triunfal del Gran Corso desde el mar de Liguria y su confinamiento en mitad del Atlántico tras la victoria de la Coalición en la campiña belga. Se da la circunstancia, simbólica en cierto modo, de que Belerofonte fue el héroe mitológico que domó a Pegaso, el caballo alado. Y por otra parte, es de señalar la ingente bibliografía que suscitó la figura del Sire, desde el temprano elogio de Stendhal, nunca finalizado, hasta el tardío Suspense de Conrad (1924) y este crepuscular homenaje, en apariencia convencional, que Joseph Roth firma en 1936.
Von Cziffra, en El santo bebedor, retrata a un Roth nostálgico y beligerante, de inocua marcialidad, cuando evoca, ya en el exilio de París, el esplendor caído del imperio austrohúngaro. La marcha Radetzky, su obra más celebre, no es sino la minuciosa crónica de aquel proceso, cuyo fin hace coincidir con la muerte del emperador Francisco José. Antes, sin embargo, en Izquierda y derecha, Roth ha glosado el multitudinario auge, la inopinada militarización que trae el nazismo a las calles de Berlín. ¿Qué hay, pues, de continuidad, de coherencia, de estrecha familiaridad con sus libros anteriores en Los cien días? Como en La marcha Radetzky, este esbozo novelado de Bonaparte es la crónica de la disolución de un mundo; como en Izquierda y derecha, como en la saga de los Trotta, se trata del poder, de su influjo, de su seducción hipnótica, articulado como un personalismo: Hitler, Francisco José, el Gran Corso. No en vano, tanto en La marcha Radetzky como en Los cien días, la importancia que adquieren los retratos resulta determinante. Recordemos que el imperio austro-húngaro que fabula Roth viene hilvanado secretamente por las efigies del emperador, presentes en cada uno de los hogares del viejo territorio imperial (el propio Trotta imita a Francisco José I con unos caudalosos bigotes).
En cuanto a Napoleón, es la propia figura del Sire, centuplicada en óleos y grabados, la que anticipa y acrece su fama por toda Europa, haciéndose omnipresente en la imaginación de sus súbditos. Con esto quiere decirse que la de Roth es una literatura sobre el poder; pero un poder que se despliega figurativamente, imaginativamente, como una sutil fantasmagoría, y no por el ejercicio directo de la acción política.
Antes señalábamos que Los cien días es una novela convencional sólo en apariencia. Y ello por la estructura con la que está resuelta. El paralelismo entre una sirvienta afecta al Sire y la propia vida del Emperador, (o sea, las Vidas paralelas de Plutarco), es un recurso utilizado en abundancia desde la Antigüedad pagana. No obstante, este destino común está al servicio de una lectura, hasta cierto punto, insólita. Si el XIX imaginó la Historia acaudillada por un hombre impar, por el genio resolutivo, expresado como una voluntad sobrehumana (así la postularon, al menos, los jóvenes airados del Sturm und Drang), el Napoleón de Roth, como la modesta criada que le sigue, vienen determinados ya por una instancia ajena a ambos. Aquí, Bonaparte se reconoce como instrumento de unas fuerzas que ignora, como trémulo peón de una voluntad remota. Estas fuerzas, sin embargo, no son en ningún caso las propias de una divinidad que actúa en las sombras. La modernidad de Roth, de su Napoleón, es aquella de reconocerse como un producto histórico. Vale decir, como un prominente hijo de su tiempo. Antes de embarcar en el Bellerophon, camino de la muerte, Napoleón sabe cumplido su destino. Y tampoco desconoce su frágil condición de meteoro, deslumbrante y fugaz, en una hora del mundo. En cierto modo, el Bonaparte de Roth se mira desde un más allá que lo abarca, lo explica y lo destruye.
Inédita en castellano, esta emotiva novela del austrohúngaro Joseph Roth (1894-1939) perseguía, en palabras de su autor, transformar a un dios en humano. El dios es Napoleón Bonaparte, y la transformación sucede en sus últimos cien días de gobierno, desde marzo de 1815, cuando regresa de la isla de Elba, hasta que, tras Waterloo, abdica en julio del mismo año y se entrega a los ingleses. Roth Ia publicó en 1936, en el exilio. Malvivía en París escribiendo como un poseso y gracias a la magnánima ayuda de su amigo Stefan Zweig. En homenaje a este parecen concebidas las primeras escenas y esa soberbia entrevista de Napoleón con el correoso Fouché. Pero Roth marca con firmeza su propio camino: magistral es el estudio psicológico de Napoleón y magistrales son los ambientes apenas esbozados de los palacios y las calles de París. Original el desarrollo del relato, plagado de sorpresas y avatares. EI melancólico declive de Napoleón recuerda a la decadencia del imperio austrohúngaro y a su caduco emperador Francisco José en La marcha Radetzky, la novela emblemática de Roth. Los cien días es más humilde, aunque perfecta en su mesura y obra de arte de plena madurez. Como contrapeso a la imponente figura de Napoleón, sublime hasta en su ocaso, desmesurado y vehemente, Roth recrea a la vez la arrebatada existencia de Angelina Pietri, una humilde lavandera de Ajaccio en la corte del emperador corso; su ciego amor por Napoleón bien puede ser un símbolo del hechizo que ejercía sobre sus súbditos. Admirándolo como el que más, Roth vio cómo aquel dios aclamado y temido por millones se enfrentaba a su propia fragilidad en la grandeza; cómo sentía el pálpito de su condición humana y mortal aun siendo todavía el más temible de los señores del mundo. Excelente novela y soberbia primera traducción castellana.
Gratísima sorpresa encontrarse hace unos días con la noticia de la edición de esta novela inédita en castellano de Roth. Apareció hace ya tiempo en el blog en la sección de mis autores favoritos y es que hubo una época en la que leía todo lo que conseguía de él hasta completar todo lo traducido. Pasados los años, la editorial Acantilado ha editado algunos relatos que desconocía y que he comentado en otras entradas. Sin embargo, no esperaba ni podía imaginar que quedase una novela por traducir tan interesante y conseguida como ésta.
Habla del Napoleón hombre, de su vuelta hasta el destierro definitivo, pero también del amor de una trabajadora de palacio enamorada del emperador y de su matrimonio con un zapatero polaco que resulta un personaje curioso y entrañable. Todo ello con el estilo de siempre, con su cuidada prosa en este caso un tanto más poética que en otras ocasiones, con sus bellas descripciones tanto del exterior como de los sentimientos, con unas extensas enumeraciones, sobre todo al principio del libro, en las que demuestra su dominio del idioma. En fin, una vez más un gran Roth.
Como curiosidad he de añadir que aunque no trata en este libro sus temas tradicionales como el mundo judío o la añoranza del imperio austro-húngaro, no puede evitar alguna alusión como por ejemplo estas frases de la página 144: “Ya no lloraba de emoción por haber encontrado a su hijo, sino por un mundo entero que había muerto, un mundo que ella había creído eterno. Desde que el emperador se había marchado ya no quedaba nada”.
La obra está escrita en 1936, por lo tanto tres años antes de su muerte, en un período muy fecundo tanto por la cantidad como por la calidad de sus textos.
Dejo un enlace de un comentario más detallado y con algunos trozos de la obra.