Pasos Perdidos
Los cien días
Traductor: Carmen Gauger
Idioma original: alemán
Páginas: 256
Primera edición: 2013
ISBN: 9788493987961
PVP: 18,90 €
Formato: 14 x 22 cm.

Los cien días

Joseph Roth

Los cien días es una obra de madurez de Joseph Roth inédita en España. Si Roth es el gran novelista del ocaso del Imperio austrohúngaro, en Los cien días recrea el final de otro imperio.

Comienza con el regreso de Napoleón de su exilio en la isla de Elba, llega a Francia rodeado del fervor popular, levanta un ejército y finaliza en Waterloo.

Durante esos cien días el emperador es asaltado por el desánimo y la duda. Sabe que los vítores de la multitud van dirigidos a la imagen de un Napoleón que ya no existe. Y es a esa imagen a la que Angelina une su suerte ciegamente. Durante la novela se entrecruzan los destinos de ambos, del general victorioso que ha cambiado la Historia y del personaje anónimo que es arrastrado por ella.

«Me interesa ese pobre Napoleón –escribió Roth–. Se trata de transformarlo: un dios que se convierte en hombre, mostrarlo en el único período de su vida en que es “hombre” y desgraciado. Quería convertir a un grande en un humilde. Es la primera vez en la historia moderna en que aparece con toda claridad».

 


Joseph Roth
Joseph Roth

Joseph Roth nació en 1894 en Brody, principado de Galitzia-Volinia, por entonces en el Imperio autrohúngaro y hoy en Ucrania, y murió en Paris en 1939.

De familia judia acomodada estudió literatura y filosofía en Viena, se alistó voluntario durante la Gran Guerra y desde 1923 viajó por toda Europa como corresponsal del periódico Frankfurter Zeitung. Finalmente, huyendo del nazismo, se exilió en Paris. Enfermo y alcoholizado, murió allí poco antes del inicio de la segunda guerra mundial.

Escribió en alemán diecinueve novelas (La marcha Radetzky, Izquierda y derecha, Job, Tarabas, El peso falso o La leyenda del santo bebedor), libros de cuentos, artículos, reportajes y ensayos. Testigo del hundimiento del Imperio de los Habsburgo y del comienzo de una época que llevaría a una nueva diáspora y al genocidio del pueblo judio, es considerado uno de los grandes escritores del siglo XX.


Notas de prensa
Brújulas y espirales - 28/06/2014
'Los cien días': un dios convertido en hombre
Por Francisco Martínez Bouzas
Joseph Roth (1894-1939) es con Herman Broch y Robert Musil uno de los grandes escritores de aquel país “imperial y real”, la “Kakania de El hombre sin atributos de Musil, el Imperio austrohúngaro. Aunque Roth es originario de la Galitzia oriental ya que nació en Brody, una aldea ucraniana. Judio rural, con el traslado a la ciudad,pierde la conciencia del judaísmo, algo tan accidental para él como su bigote rubio que con el mismo grado de accidentalidad podía haber sido negro. En su madurez se convirtió al catolicismo. Desterrado por consiguiente  de su lengua y de su cultura étnica, su existencia fue un constante deambular por las capitales de la Europa Occidental, siempre acompañado por la botella y un constante despedirse de su propia identidad (Claudio Magris), en un lento camino hacia el suicidio provocado por el alcohol, culmen existencial de la miseria en la que se había convertido su vida. A pesar de esa turbulencia existencial, Joseph Roth es un escritor fundamental de entreguerras que fue capaz de escribir excelentes obras de ficción, con un tema central la Primera Gran Guerra. La marcha Radetzky (1932) es sin duda la más conocida de sus novelas.
  

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 De la misma época es Die Hundert Tag (1936), inédita en España y traducida hace unos meses por Carmen Gauger para Pasos Perdidos. El tema nuclear de la novela es un intento de convertir aun dios en hombre. Transformar al dios Napoleón Bonaparte en un ser humano. Para ello, Joseph Roth se apropia ficcionalmente de los últimos cien días de gobierno del Emperados (marzo de 1815, huida de la Isla de Elba, hasta la derrota de Waterloo, abdicación definitiva y entrega a los ingleses). Es la última batalla, la derrota final de Napoleón que Joseph Roth convierte en personificación asociada al derrumbamiento de otro imperio: el austrohúngaro, magistralmente descrito en La marcha Radetzky.
   La novela, en cuatro secciones o libros, hace un recorrido tras el regreso del  Gran Corso del exilio en la isla de Elba, de esos casi cien días en los que Bonaparte detenta nuevamente el poder, aclamado por el fervor popular. Organiza un ejército y se encamina hacia la última batalla que será también su drrota definitiva, achacable a múltiples causas (traiciones, mala suerte, la propia estrella del Emperador que se apaga, sus propias dudas y desánimo…). Es ese “pobre hombre Napoleón” derrotado ya para siempre el que le interesa al autor.
   Dramatización pues del regreso de Napoleón en una historia de un ser casi anónimo que se entrecruza con el destino del emperador: la de Angelina Pietri, un humilde personaje de ficción, lavandera en la corte, que siempre pertenecerá al Emperador, a cuya figura liga su propia suerte. Angelina trabaja en el palacio imperial. Pare un hijo cuyo padre es un soldado al que no ama, y que con los años formará parte del ejército imperial y, como miles de soldados, hallará la muerte en Waterloo. Será el mismo Napoleón el que lo sepulta y le comunica a Angelina lo ocurrido. Angelina Pietri será de los pocos que apoyan a Napoleón tras la derrota y hallará la muerte en una protesta a favor de su ídolo caído.
   Como ya he señalado, Joseph Roth se propuso en esta novela, alimentada en manantiales históricos, retratar de forma sencilla y accesible al Napoleón transformado en un ser humano de carne y hueso. Al Sire vencido, derrotado y convertido en el ex dueño de Europa. Y lo logra con acierto en un texto de ficción, insertando la ficción  en la realidad histórica. Por consiguiente la ficción, inyectada en ese contexto histórico del irreversible derrumbamiento militar e incluso humano de Napoleón, actúa como marcador semántico que anula el rigor histórico, si bien lo ilustra bellamente. Roth además lo hace de forma inteligente: huye de los panegíricos a figuras de gran relieve histórico  del entorno del Emperador y los coteja con personas anónimas que idolatran a su Monarca, que  siguen victoreando incluso después de la derrota a un Napoleón que ya no existe, pero que, sin embargo, es capaz de arrastrar tras su estela a seres anónimos, como es el caso de Angelina. Es el recurso de las estructuras paralelas compositivas que desde Plutarco se han utilizado de forma frecuente y muy provechosa para bucear y comprender la valía y el crédito de personajes famosos.
   Los cien días desde el punto de vista de la construcción narrativa es una alhaja literaria. Un verdadero paradigma de la novela histórica, en la que Joseph Roth pone a prueba todas sus grandes dotes de narrador. Estilo directo y sencillo, hermosamente pulcro, capaz no obstante de comunicar a través de sugestivas imágenes, como es el caso de las magistrales descripciones de París, el retrato del Emperador, de la fiel Angelina o la escalofriante y a la vez solemne recreación de la visita que realiza el Emperador derrotado, montado a caballo, por el campo de batalla, el campo de los muertos, una vez concluida la irreversible derrota. Crónica pues fabulada de la disolución de un mundo, hijo del sueño imposible y espectral del Gran Corso.
 
Francisco Martínez Bouzas

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Leer es placer - 19/06/2013
Los cien días
Por Juan Carlos Eizaguirre

Joseph Roth (1894 – 1939) Fue un testigo excepcional de la sociedad de su tiempo, de su convulsa efervescencia, tanto en la Europa que le vio nacer y la no menos convulsa época anterior, es decir el imperio napoleónico. Hay que tener en cuenta que no fueron tantos años los que transcurrieron desde la muerte del emperador y la niñez de Roth, máxime conociendo que en aquellos años finales del XIX, los medios de difusión estaban todavía bajo la comunicación oral en esas noches de tertulias junto al fuego del hogar, las reuniones en los casino cafeterías, donde los mayores narraban sus recuerdos y otros sucesos de épocas anteriores,  pero todavía sin cicatrizar.

Joseph Roth (al que no hay que confundir con otro Joseph Roth norteamericano  contemporáneo nuestro, y también judío) siempre fue un amigo de las virtudes democráticas. Quizá fuera una visión con matices subjetivos, porque en este sistema político hay socavones; como en otros.  De todas formas fue el gran novelista del imperio austrohúngaro. Años después escribió Los cien días; la definitiva caída del imperio napoleónico; suceso anterior (1814) al imperio de Centroeuropa.

Los cien días ES UNA JOYA LITERARIA, donde el autor vierte todo su buen hacer de escritor, para retratar al Corso en su estertor final, desde el abandono de la isla de Elba hasta su reclusión en la isla de Santa Elena. Casi cien días.

A pesar de sus excelentes dotes literarias, en la que describe magistralmente la situación de Paris, el resto del imperio, sus colaboradores y, sobre todo, el firme retrato de Napoleón, estamos ante un emperador destruido que trata  de reverberar antiguos dorados laureles. Si me permiten la expresión, nuestro personaje no debía “caer” muy bien a Joseph Roth, aunque trata ser objetivo, no cabe duda.  El perfil psíquico y físico de Bonaparte, en efecto, da para escribir varios libros. Era, como todos los genios, un extraño y un ídolo para los que le trataban cercanamente. De todas formas hay que recordar que las batallas originadas por este personaje supusieron la muerte de más de cinco millones; de ellos uno y medio franceses.

Todo concluyó con Waterloo. Su última derrota en la última batalla. Sabiendo que todo se había desmoronado, supo conservar una especie de alo de dignidad, ridículo para sus oponentes.

Y sin embargo, quería a sus soldados, a su tropa. Resulta literariamente magnífica la recreación que el escritor de la visita a caballo por los campos de batalla, concluida ésta.

Opino que resulta más verosímil y escalofriante que la descripción de los solados en pleno conflicto.

Estamos ante un trabajo solvente, escrito alrededor del año 1936 e inédito en nuestro país.

Para especialistas y amantes de la novela histórica.

infoLibre - 17/04/2013
Los cien días de Napoleón, 77 años después
Por Antonio G. Maldonado
  • Pasos Perdidos publica por primera vez en España la obra que Joseph Roth dedicó al regreso efímero al poder del emperador galo
  • El libro es una dramatización de sus dudas existenciales y políticas, de sus fracasos militares y de su derrota definitiva en junio de 1815

 

No han sido cien días, sino 77 años los que ha tardado en editarse en España Los cien días, de Joseph Roth (Brody, 1894 – París, 1939). Hubo una edición en los años 70 en Argentina en la editorial Siglo XXI, actualmente descatalogada, y que necesitaba de una nueva traducción y edición, como la que saca al mercado esta semana la editorial Pasos Perdidos. 

Escrito por Roth apenas tres años antes de morirse, Los cien días es una dramatización del retorno de Napoleón a París desde su exilio en la isla de Elba en marzo de 1815, de su regreso al poder, de sus dudas existenciales y políticas, de sus fracasos militares (Waterloo, sobre todo), y de su derrota definitiva en junio de 1815, cuando se produce la segunda restauración de Luis XVIII como rey de Francia

Aparecen personajes conocidos en el entorno de Napoleón, como un atribulado Benjamin Constant que se deja embaucar por las promesas liberales y constitucionalistas del emperador. Pero Roth no realiza un panegírico de figuras históricas, sino que los confronta con personajes anónimos, esos que idolatran al militar corso y que vitorean a un Napoleón que ya no existe. Es el caso de Angelina, que une su suerte al emperador retornado ciegamente. Los destinos de ambos se cruzan: el del general victorioso que ha cambiado la Historia y el del personaje anónimo que es arrastrado por ella. 

Bajar del pedestal a Napoleón

El propio Roth diría que su intención no fue otra que bajar del pedestal a Napoleón y “transformarlo: un dios que se convierte en hombre, mostrarlo en el único período de su vida en que es “hombre” y desgraciado. Quería convertir un grande en un humilde. Es la primera vez en la historia moderna en que aparece con toda claridad.” 

Coincide esta edición en España con una nueva reivindicación del general en el país galo, donde en 2005, y con el mismo título que la obra de Roth, el exprimer ministro francés Dominique de Villepin publicó su libro sobre Napoleón, de quien es público admirador y experto. Además, el historiador británico Anthony Beevor ha anunciado que su próxima obra, tras su libro sobre la II Guerra Mundial, también será sobre el emperador corso. Veremos si se acerca más a la humanización de Roth o a la hagiografía de Villepin. 

 

Diarios de Sevilla, Córdoba y Cádiz - 31/03/2013
UN ESPECTRO EUROPEO. Joseph Roth recrea el camino de Napoleón desde su derrota en Waterloo hasta su destierro en Santa Elena.
Por Manuel Gregorio González

Los cien días hace referencia al periodo que va desde la fuga de Napoleón de la isla de Elba hasta su embarque en la fragata inglesa Bellerophon, camino de Santa Elena, tras su derrota definitiva en Waterloo. Es decir, se aborda en esta novela, inédita en español, el intervalo que media entre el regreso triunfal del Gran Corso desde el mar de Liguria y su confinamiento en mitad del Atlántico tras la victoria de la Coalición en la campiña belga. Se da la circunstancia, simbólica en cierto modo, de que Belerofonte fue el héroe mitológico que domó a Pegaso, el caballo alado. Y por otra parte, es de señalar la ingente bibliografía que suscitó la figura del Sire, desde el temprano elogio de Stendhal, nunca finalizado, hasta el tardío Suspense de Conrad (1924) y este crepuscular homenaje, en apariencia convencional, que Joseph Roth firma en 1936.

Von Cziffra, en El santo bebedor, retrata a un Roth nostálgico y beligerante, de inocua marcialidad, cuando evoca, ya en el exilio de París, el esplendor caído del imperio austrohúngaro. La marcha Radetzky, su obra más celebre, no es sino la minuciosa crónica de aquel proceso, cuyo fin hace coincidir con la muerte del emperador Francisco José. Antes, sin embargo, en Izquierda y derecha, Roth ha glosado el multitudinario auge, la inopinada militarización que trae el nazismo a las calles de Berlín. ¿Qué hay, pues, de continuidad, de coherencia, de estrecha familiaridad con sus libros anteriores en Los cien días? Como en La marcha Radetzky, este esbozo novelado de Bonaparte es la crónica de la disolución de un mundo; como en Izquierda y derecha, como en la saga de los Trotta, se trata del poder, de su influjo, de su seducción hipnótica, articulado como un personalismo: Hitler, Francisco José, el Gran Corso. No en vano, tanto en La marcha Radetzky como en Los cien días, la importancia que adquieren los retratos resulta determinante. Recordemos que el imperio austro-húngaro que fabula Roth viene hilvanado secretamente por las efigies del emperador, presentes en cada uno de los hogares del viejo territorio imperial (el propio Trotta imita a Francisco José I con unos caudalosos bigotes).

En cuanto a Napoleón, es la propia figura del Sire, centuplicada en óleos y grabados, la que anticipa y acrece su fama por toda Europa, haciéndose omnipresente en la imaginación de sus súbditos. Con esto quiere decirse que la de Roth es una literatura sobre el poder; pero un poder que se despliega figurativamente, imaginativamente, como una sutil fantasmagoría, y no por el ejercicio directo de la acción política.

Antes señalábamos que Los cien días es una novela convencional sólo en apariencia. Y ello por la estructura con la que está resuelta. El paralelismo entre una sirvienta afecta al Sire y la propia vida del Emperador, (o sea, las Vidas paralelas de Plutarco), es un recurso utilizado en abundancia desde la Antigüedad pagana. No obstante, este destino común está al servicio de una lectura, hasta cierto punto, insólita. Si el XIX imaginó la Historia acaudillada por un hombre impar, por el genio resolutivo, expresado como una voluntad sobrehumana (así la postularon, al menos, los jóvenes airados del Sturm und Drang), el Napoleón de Roth, como la modesta criada que le sigue, vienen determinados ya por una instancia ajena a ambos. Aquí, Bonaparte se reconoce como instrumento de unas fuerzas que ignora, como trémulo peón de una voluntad remota. Estas fuerzas, sin embargo, no son en ningún caso las propias de una divinidad que actúa en las sombras. La modernidad de Roth, de su Napoleón, es aquella de reconocerse como un producto histórico. Vale decir, como un prominente hijo de su tiempo. Antes de embarcar en el Bellerophon, camino de la muerte, Napoleón sabe cumplido su destino. Y tampoco desconoce su frágil condición de meteoro, deslumbrante y fugaz, en una hora del mundo. En cierto modo, el Bonaparte de Roth se mira desde un más allá que lo abarca, lo explica y lo destruye.

EL PAÍS - Babelia - 29/03/2013
LOS CIEN DÍAS
Por L. F. Moreno Claros

Inédita en castellano, esta emotiva novela del austrohúngaro Joseph Roth (1894-1939) perseguía, en palabras de su autor, transformar a un dios en humano. El dios es Napoleón Bonaparte, y la transformación sucede en sus últimos cien días de gobierno, desde marzo de 1815, cuando regresa de la isla de Elba, hasta que, tras Waterloo, abdica en julio del mismo año y se entrega a los ingleses. Roth Ia publicó en 1936, en el exilio. Malvivía en París escribiendo como un poseso y gracias a la magnánima ayuda de su amigo Stefan Zweig. En homenaje a este parecen concebidas las primeras escenas y esa soberbia entrevista de Napoleón con el correoso Fouché. Pero Roth marca con firmeza su propio camino: magistral es el estudio psicológico de Napoleón y magistrales son los ambientes apenas esbozados de los palacios y las calles de París. Original el desarrollo del relato, plagado de sorpresas y avatares. EI melancólico declive de Napoleón recuerda a la decadencia del imperio austrohúngaro y a su caduco emperador Francisco José en La marcha Radetzky, la novela emblemática de Roth. Los cien días es más humilde, aunque perfecta en su mesura y obra de arte de plena madurez. Como contrapeso a la imponente figura de Napoleón, sublime hasta en su ocaso, desmesurado y vehemente, Roth recrea a la vez la arrebatada existencia de Angelina Pietri, una humilde lavandera de Ajaccio en la corte del emperador corso; su ciego amor por Napoleón bien puede ser un símbolo del hechizo que ejercía sobre sus súbditos. Admirándolo como el que más, Roth vio cómo aquel dios aclamado y temido por millones se enfrentaba a su propia fragilidad en la grandeza; cómo sentía el pálpito de su condición humana y mortal aun siendo todavía el más temible de los señores del mundo. Excelente novela y soberbia primera traducción castellana.

Encuentros de lecturas - 20/03/2013
Joseph Roth. Los cien días
Por Santos Domínguez
Un sol rojo, pequeño y débil surgió entre la niebla. Al cabo de unos momentos desapareció de nuevo en el gris frío de la mañana. Despuntaba un día melancólico. Era el veinte de marzo, la víspera del comienzo de la primavera, pero aún no asomaba por ninguna parte. Llovía, el viento soplaba con fuerza en todo el país y la gente tenía frío.
 
La noche anterior también había llovido y había soplado un viento tempestuoso en París. Esa mañana los pájaros, tras un breve júbilo, enmudecieron de golpe. La niebla ascendía como humo punzante y helado entre las grietas del pavimento, volvía a humedecer las piedras que acababa de secar el viento de la mañana, y flotaba en torno a los sauces y los castaños de los parques y de las avenidas. Hacía temblar los primeros brotes demasiado atrevidos de los árboles;  producía sacudidas bruscas en los lomos de los pacientes caballos de los coches de punto; y aplastaba contra la tierra el humo que trataba de subir por las chimeneas encendidas desde primera hora. Olía a leña quemada, a niebla, a lluvia, a ropa húmeda, a nubes que anunciaban nieve y granizo que no acababan de caer, a viento desapacible, a correajes mojados y a albañales de vapores pestilentes.
 
Sin embargo, los habitantes de París no aguantaban en sus casas. Apenas había amanecido y la gente ya  se apiñaba en las calles. Se agolpaba ante las paredes en las que habían  pegado hojas de periódicos con las palabras de despedida del rey de Francia.
 
Con esa magnífica evocación de un 20 de marzo como hoy, pero de 1815, comienza Los cien días, la novela de madurez que Joseph Roth publicó en 1936, cuando ya llevaba unos años en Francia, y que acaba de editar Pasos perdidos con traducción de Carmen Gauger.
 
Ese día entraba Napoleón en París después de su exilio en la isla de Elba al frente de doscientos mil soldados voluntarios que no tuvieron necesidad de usar las armas.
 
Empezaba así el periodo conocido como Los cien días, que tendrían su punto final a mediados de junio en Waterloo, la segunda restauración de Luis XVIII y el destierro de Napoleón en Santa Elena.
 
Y ese es el telón de fondo sobre el que transcurre esta obra de Joseph Roth (Galitzia Oriental, 1894-París, 1939) en quien la crisis y la ruina de la Europa de entreguerras tiene uno de sus símbolos. Quizá también una de sus consecuencias, porque su decadencia personal, su autodestrucción con el alcohol y el abandono en los cafés y los hoteles parisinos son una metáfora de un mundo que moría con Joseph Roth, con su misma indigencia.
 
Roth, “el melancólico, el hombre que nunca aprendió a vivir”, según dijo de él Vila-Matas, encontró en la escritura su tabla de salvación -“cuando dejo la pluma estoy perdido”- y a través de ella expresó la melancolía del superviviente en un mundo que ya no era el suyo. 
 
En su obra, con títulos memorables como Job o La marcha Radetzky, predominan los tonos grises como los de esa mañana fría en un París bajo la niebla.
 
"Austrohungría ya no existe. Yo no quiero vivir en ninguna otra parte", escribió Freud cuando acabó la Primera Guerra Mundial. Judío y austroalemán como él, Roth podría haber firmado esas palabras sobre la desaparición del Imperio austrohúngaro, porque a partir de entonces sus novelas y sus artículos periodísticos se mueven entre la nostalgia de un mundo que ya no existe, la conciencia de la capacidad destructiva del nazismo y la desesperanza ante un futuro imposible.
 
Joseph Roth escribió, sobre todo en su última fase, desde una melancolía desconcertada y desesperada que tiñe de un tono elegiaco su literatura. Y ese tono gris y elegiaco atraviesa desde el principio hasta el final esta novela que habla también del final de otro mundo y de otra época, de la Europa napoleónica.
 
De Elba a Waterloo, Los cien días describen el final de un personaje que pasa de la condición de semidiós a la de derrotado, un hombre generoso ya y consciente de sus límites:

¿Era él un dios para enfurcerse y castigar? Sólo era un ser humano. Pero ellos lo tenían por un dios. Y como a un dios le pedían furia y castigo, y como de un dios esperaban su perdón. Pero él ya no tenía tiempo de sentir furia, ni de castigar y perdonar después. No tenía tiempo.  /.../ Ya no disponía de tiempo para castigar. Solo tenía tiempo para perdonar y dejarse amar, para dar y para conceder mercedes, títulos y dignidades, todas esas pobres dádivas que otorga un emperador. La magnanimidad exige menos tiempo que la cólera. Él sería magnánimo.

El de Roth es un Napoleón cercano y sentimental, una personalidad compleja acosada por las contradicciones y por unas dudas impropias de un hombre de acción:

Era fuerte y débil, temerario y pusilánime, fiel y traidor, apasionado e indiferente, arrogante y sencillo,orgulloso y humilde, poderoso y mísero, cándido y desconfiado.
 
Desde el regreso triunfal a París hasta su ocaso, las cuatro partes en las que se articula la estructura de Los cien días se mueven equilibradamente entre la figura pública y su vida privada y se centran en su relación sentimental con Angelina Pietri. En medio, un personaje inolvidable: el zapatero polaco Wokurka, mutilado del ejército del emperador.

Bajo la mirada de ese personaje, una de las grandes creaciones de Roth, se llega a un espléndido final en el que Napoleón ya no es Napoleón, sino un pelele escarnecido por una muchedumbre que aclama al rey y asesina a Angelina:
 
Permaneció sentado junto a ella toda la noche. No se atrevía a mirarla. Le acariciaba sin cesar el cabello, que aún crepitaba. A sus pies el Sena continuaba discurriendo impetuos, salpicando las orillas. Aturdido y ausente, Wokurka miraba con obstinación el agua que pasaba rápida y arrastraba consigo el reflejo del cielo y de todas sus estrellas plateadas.

La misma muchedumbre que lo había aclamado aquel 20 de marzo a su llegada a ese mismo París con cuya noche real y simbólica, a orillas del Sena, se cierra esta novela imprescindible de un autor fundamental en la Europa de entreguerras.
Andamios - 12/03/2013
Novela inédita de Joseph Roth
Por Carlos Ávila

Gratísima sorpresa encontrarse hace unos días con la noticia de la edición de esta novela inédita en castellano de Roth. Apareció hace ya tiempo en el blog en la sección de mis autores favoritos y es que hubo una época en la que leía todo lo que conseguía de él hasta completar todo lo traducido. Pasados los años, la editorial Acantilado ha editado algunos relatos que desconocía y que he comentado en otras entradas. Sin embargo, no esperaba ni podía imaginar que quedase una novela por traducir tan interesante y conseguida como ésta.

Habla del Napoleón hombre, de su vuelta hasta el destierro definitivo, pero también del amor de una trabajadora de palacio enamorada del emperador y de su matrimonio con un zapatero polaco que resulta un personaje curioso y entrañable. Todo ello con el estilo de siempre, con su cuidada prosa en este caso un tanto más poética que en otras ocasiones, con sus bellas descripciones tanto del exterior como de los sentimientos, con unas extensas enumeraciones, sobre todo al principio del libro, en las que demuestra su dominio del idioma. En fin, una vez más un gran Roth.

Como curiosidad he de añadir que aunque no trata en este libro sus temas tradicionales como el mundo judío o la añoranza del imperio austro-húngaro, no puede evitar alguna alusión como por ejemplo estas frases de la página 144: “Ya no lloraba de emoción por haber encontrado a su hijo, sino por un mundo entero que había muerto, un mundo que ella había creído eterno. Desde que el emperador se había marchado ya no quedaba nada”.

La obra está escrita en 1936, por lo tanto tres años antes de su muerte, en un período muy fecundo tanto por la cantidad como por la calidad de sus textos.

Dejo un enlace de un comentario más detallado y con algunos trozos de la obra.


 
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