Pasos Perdidos
Estética de lo peor
Páginas: 368
Año 2016
ISBN: 978-84-944769-7-6
PVP: 18,90 €
Formato: 14 x 22 cm

Estética de lo peor

José Luis Pardo

Estética de lo peor aborda aspectos teóricos —como la aparición del artista moderno o la extensión del tiempo productivo en el capitalismo a la vida privada y al consumo— y analiza temas tan variados como El amigo americano, Picasso y el arte maorí o la obra de El Roto. Esta pluralidad de enfoques ofrece una visión de conjunto sobre el sentido del arte en un mundo en el que, en lugar de representar un principio de libertad, se va viendo progresivamente reducido a una forma de intercambio más en el mercado.
 
En los últimos treinta años los problemas que habían sido durante siglos objeto de reflexión, que hasta entonces constituían la clave del debate político y de la historia, se han ido desplazando «desde el terreno del entendimiento hacia el de la sensibilidad (...) y la estética se ha convertido en la ideología de una época que presume de no tener ninguna».
 
A lo largo del siglo xx, en el camino iniciado por las vanguardias, la belleza y el arte se convirtieron para sus propios creadores en algo sospechoso. El placer estético no podía responder a la contemplación de la belleza; el arte debía mostrar lo negativo, lo siniestro. Pero en ese intento de superar el divorcio entre el arte y la vida, de responder a lo inhóspito de nuestro mundo, no sólo se ha desterrado la belleza canónica, también se ha institucionalizado el arte como mercancía y espectáculo de masas.

José Luis Pardo
José Luis Pardo
(Madrid, 1954) es uno de los pensadores actuales más originales y destacados en el panorama español. En el año 2005 se le otorgó el premio Nacional de Ensayo por su obra La regla del juego así como el premio Anagrama de ensayo por Estudios del malestar (2016). Catedrático de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, es autor de una extensa obra, ha traducido a filósofos contemporáneos como Deleuze, Debord o Levinas, y colabora habitualmente en revistas especializadas y en las páginas culturales y de opinión de El País.
 
Entre su amplia producción, que arranca en 1978 con Transversales, cabe destacar ensayos como Deleuze, violentar el pensamiento; Las formas de la exterioridad (1992); La intimidad (1996); Palabras cruzadas: una invitación a la filosofía (2002); La regla del juego (2005); Esto no es música, introducción al malestar de la cultura de masas (2007); o Nunca fue tan hermosa la basura (2010).
 

Notas de prensa
El Imparcial - 07/05/2017
José Luis Pardo: Estética de lo peor
Por José Antonio González Soriano

No hay ningún filósofo en España que se tome tan en serio la Estética como José Luis Pardo. En 2010 nos regaló la deslumbrante Nunca fue tan hermosa la basura, en donde trazaba las líneas de una teoría crítica de la sociedad llevada a cabo desde el punto de vista estético, y definía su propio estilo como una modalidad particularmente creativa del género ensayístico, en la que la reflexión emprendida vaga libremente sin que el autor consiga saber ni determinar a dónde pueda llegar. Y hace poco Estudios del malestar, Premio Anagrama de Ensayo. Ahora, en este volumen, Estética de lo peor. De las ventajas e inconvenientes del arte para la vida, nos ofrece un nuevo ejercicio de imaginación filosófica, en el que hay una pregunta crucial que recorre casi todas sus páginas: ¿en qué consiste la significación de las obras de arte? Esta cuestión se aborda desde diversas perspectivas: ilusionantes algunas, desesperanzadas las más. La Estética de José Luis Pardo surge de un asombroso ensamblaje de las piezas más fecundas del pensamiento contemporáneo. Los paisajes de fondo los proporcionan tres obras emblemáticas: El origen de la obra de arte (Heidegger), La deshumanización de la obra de arte (Ortega y Gasset) y La obra de arte en la era de su reproductividad técnica (Walter Benjamin).


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Sobre ellas se mueven figuras de pensamiento extraídas del estructuralismo, del postestructuralismo (Deleuze y Guattari y su manual esencial de la psicología de masas contemporánea: El Anti-Edipo; la revelación de la biopolítica de Foucault y Bataille) y de los autores favoritos del filósofo: Hannah Arendt y Rafael Sánchez Ferlosio (al que las obras de J. L. Pardo rinden perpetuo y merecido homenaje). Con este bagaje el libro se enfrenta a un reto casi imposible: reconstruir el sentido de la producción artística; un sentido que sólo es posible pensar y categorizar en clave socio-histórico-cultural, y que, sin embargo, por tratarse del elemento estético, siempre alude a un elusivo “algo más” que cifra las tendencias más contradictorias del espíritu humano.

El arte contemporáneo acoge la marca de nuestro tiempo: la penuria de identidad (su vaciamiento o fragmentación). El problema es, sin embargo, qué puede hacer con ella: hacia qué lugar la tramita, qué tipo de respuesta logra ofrecerle. En esta línea el autor examina, por ejemplo, la tesis de Eagleton (La Estética como ideología) según la cual la Estética se ha convertido “en la ideología de una época que se precia de no tener ninguna”: en el sustituto de las teorías políticas. En efecto, sólo el arte logra expresar, con toda profundidad y plenitud, el desvalimiento de la criatura humana ante el repliegue actual del Estado de derecho y del bienestar (del derecho al bienestar) y la subproletarización masiva de la población por el avance de la globalización tardocapitalista. Si bien la recopilación de artículos que componen el libro abarca el período entre 1997 y 2008, sus notas dominantes parecen anticipar lúcidamente la crisis social y económica en la que nos debatimos.

Analizando ejemplos tomados de las artes plásticas, la arquitectura, la literatura y el cine, Pardo quiere enfrentar al arte a sus propias posibilidades de significado: como expresión del desierto de la realidad vigente, o como prefiguración de las posibilidades civilizatorias que aún queden por ser liberadas en el escenario de la postmodernidad; el dilema entre “tener que simbolizar la verdad o tener que simbolizar la libertad”. Ahí radica la única indicación que da el autor para trascender la estética de lo peor: “El desafío civilizatorio al que hoy nos enfrentamos, tanto en el terreno ético como en el estético, es, probablemente, el hacer de esta Tierra desterritorializada un lugar de refugio y hospitalidad tan poco siniestro, excluyente y repulsivo como sea posible. Un hogar para la mera humanidad.” Y a este desafío, ineludible, nos convoca este libro hermoso y sugestivo


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Encuentros de Lecturas - 21/12/2016
Navidades de libro. Ensayo
Por Santos Domínguez
"La sociedad burguesa moderna ha creado la ilusión de que la belleza consiste justamente en construir cosas que no tienen utilidad, que son más sublimes que las útiles, precisamente porque la sociedad burguesa moderna considera que hay algo más sublime que el valor de uso, a saber, el valor de cambio." Esas palabras, que forman parte del prólogo dialogado entre Cipión y Berganza sobre las relaciones entre el arte y todo los demás, anuncian una de las líneas fundamentales de los ensayos que José Luis Pardo ha recopilado en su Estética de lo peor, que publica Pasos Perdidos.
 
José Luis Pardo, uno de los ensayistas más lúcidos del panorama filosófico español, reúne en este volumen, bajo el subtítulo 'De las ventajas e inconvenientes del arte para la vida', diecisiete textos dispersos en revistas o en obras colectivas sobre el papel del arte en el mundo contemporáneo, sobre su renuncia a la libertad y su subordinación a la lógica del mercado en una época como la actual, en la que "la estética se ha convertido en la ideología de una época que presume de no tener ninguna."
 
Entre el ensayo breve y el artículo, algunos de ellos, como "La carne de las máquinas", "Crear de la nada. Ensayo sobre la falta de oficio" o "Los pájaros de la lengua", podrían figurar en cualquier exigente antología de pensadores actuales.
Solidaridad digital - 13/12/2016
"Las máquinas ocupan en la representación moderna el lugar que en la antigua ocupaban los animales"
Por Esther Peñas

Dos nuevos títulos acaba de presentar una de las voces más estimulantes del pensamiento español, José Luis Pardo (Madrid, 1954). Este catedrático de la Universidad Complutense y nuncio como pocos de Deleuze. En 2005 recibió el Premio Nacional del Ensayo por su obra ‘La regla del juego’. Ahora, el Premio Anagrama de Ensayo por ‘Estudios del malestar. Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas’. Pero charlamos con él a propósito de otro libro que acaba de publicar Pasos Perdidos, ‘Estética de lo peor. De las ventajas e inconvenientes del arte para la vida’.

¿Merece la pena la vida sin arte (no hablo del arte que evade de la vida sino de aquel que ensancha los límites del alma)?

Es muy difícil saber qué es lo que hace que la vida merezca la pena de ser vivida. Los antiguos lo llamaban “dignidad”, es decir, que veían que, una vez solventadas las necesidades más urgentes de la vida, llegaba el momento de preguntarse, no ya por cómo sobrevivir, sino por cómo llevar una vida digna. Yo diría que el arte es una de esas cosas que hacen que la vida pueda llegar a ser digna, que no sea solamente supervivencia, aunque no sea la única.

Que el artista, hoy en día, sea más importante que la propia obra de arte, que el artista se haya convertido en sí mismo en obra de arte, ¿es una perversión?

Podríamos decir que el artista moderno está habitado por esa pretensión de realizar su arte en su propia vida, en lugar de verlo encarnado en una “cosa” que se parece demasiado a los productos de la artesanía o de la industria, en una mercancía o en un fetiche. Pero lo que llamamos “arte” es justamente el resultado del fracaso de esa pretensión. Un artista que tuviera “éxito” en la realización de ese ideal ya no sería un artista, y seguramente por eso —porque vivimos en sociedades en las que el fracaso está bastante mal visto— los artistas contemporáneos se quieren a sí mismos “no-artistas” y conciben sus obras como “no-obras”. Como podemos leer en Sula, de Toni Morrison, “cualquier artista sin un arte formal se vuelve peligroso”. Eso le pasó a Harry Fabian, el personaje magistralmente representado por Richard Widmark en la obra maestra de Jules Dassin, ‘Night and the City’, cuyos planes para llegar a ser un hombre rico y elegante son sistemáticamente frustrados por una oscura ciudad de Londres convertida en una muchedumbre misteriosa de sombras temibles, y que queda definido como “un artista sin arte”. También le pasó algo parecido a Dorian Gray. Y es sin duda más peligroso aún cuando el artista, que no quiere hacer “arte” ni tener “obras”, opta por realizar su talento no ya en su vida, sino en las de los demás.

La Estética (que “pone en funcionamiento una mirada capaz de observar la obra independientemente de su contexto”), ¿es, utilizando las categorías de Panofsky y Gombrich, “una ilusión en profundidad” abocada a la “decepción” de descubrir “la superficie plana”?

La “decepción” (por ejemplo, el descubrimiento de la “ilusión de profundidad”) es lo que acabamos de llamar “fracaso” en sentido positivo, o sea, el hecho de que el arte finalmente es arte, y no vida. Una forma de librarse de la decepción es, sin duda, no hacerse ilusión alguna. Pero eso es sencillamente imposible, porque sin algún tipo de ilusión la vida no es soportable. Aunque toda ilusión esté condenada a la decepción, como toda vida está condenada a la muerte. El arte es una de las maneras de dignificar la decepción. Quizá por eso todas las obras de arte modernas incluyen un cuestionamiento de su propia condición artística, una pregunta por el arte mismo. La Estética no es más que el conjunto de condiciones en las que esa pregunta podría encontrar una respuesta.

Una de sus tesis es que primero surge la connotación y, después, la denotación. Pero esto, en líneas generales, causa desazón, la gente prefiere saber qué tiene que sentir/pensar/discutir a priori (así como se prefiere saber si el contenido de una imagen o vídeo que circula en internet es “real” para así reaccionar adecuadamente?). ¿Por qué cuesta anticipar-se a lo “canónico”?

Mi tesis no es tanto el primado de la connotación sobre la denotación como la diferencia de naturaleza entre ambas. Es decir, que la connotación no es una denotación implícita, ni la denotación una connotación  explícita.  Hay  cosas  que  sólo  pueden  decirse implícitamente, porque si se explicitan se arruinan, del mismo modo que hay cosas que si no son explícitas son deshonestas. Lo implícito es inquietante, sobre todo porque excluye la posibilidad de una identificación. Pero forma parte, para empezar, del lenguaje humano, el que esta dualidad no pueda superarse. Toda palabra dicha tiene un significado explícito,  pero  también  arrastra  una  nebulosa  de connotaciones implícitas que ninguna explicitación, por exhaustiva que fuera, podría agotar. Es importante saber si una imagen es “real” o está “trucada” para no hacer el ridículo en internet, pero lo más ridículo de todo sería aspirar a una realidad sin trucos, porque los trucos también son reales.


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“Las máquinas son los animales modernos”. De momento, parecen animales domésticos pero, ¿pueden convertirse en salvajes, en bestias?

Las máquinas ocupan en la representación moderna el lugar que en la antigua ocupaban los animales, es decir, el de aquello mediante lo cual intentamos hacer habitable la naturaleza. Pero siempre hay algo en el animal que no podemos dominar, como también lo hay en la máquina, siempre hay una parte de la “animalidad” humana o del “mecanismo” humano que no podemos instrumentalizar ni civilizar. De la naturaleza dominada por los animales o por las máquinas proceden nuestra tranquilidad y nuestro saber. De lo indominable proceden todas nuestras esperanzas y todos nuestros temores. De aquello que de ninguna manera podemos conocer (porque no podemos dominar) pero que no podemos dejar de imaginar ni de pensar.

¿Uno debe/puede renunciar a esa “voluntad de verdad” y aceptar la transparencia, lo no sagrado, lo no oculto?

Lo que los nietzscheanos denuncian como “voluntad de verdad” es, según creo, el intento de hacer un mundo que sea dócil a nuestras pretensiones, que coincida con nuestro entendimiento y que se deje manipular por él. Entiendo los peligros que esa “voluntad de poder” comporta. Pero una “voluntad de falsedad” inversa y complementaria no me parece más deseable. Sería otro infierno, pero no dejaría de ser un infierno.

Todo arte revolucionario, antisistema, contracultural, ¿termina, más tarde o más temprano, siendo digerido por el propio sistema? (pienso en los grafiteros, por ejemplo, que ahora exponen en galerías)

Las categorías de lo “revolucionario”, lo “anti-sistema” o incluso lo “contracultural” son categorías políticas (o, como mucho, anti-políticas). Aplicadas al arte, significan ante todo que se trata de un arte que no quiere ser artístico, de un arte al que ser artístico le parece poco, y que aspira a lograr transformaciones políticas. Pero las transformaciones políticas sólo se logran por medios políticos. ¿Fue un fracaso para los artistas barrocos el “derrocar” a los renacentistas, o para los románticos el “derrotar” a los barrocos? No creo que pueda hablarse así, porque en esos casos se trata de transformaciones artísticas, es decir, de cambios que no cuestionan la categoría de “arte”, aunque la modifiquen o la amplíen. Ahora, cuando de lo que se trata no es de imponer un determinado gusto o una determinada concepción del arte, sino de acabar con el arte en cuanto tal, el hecho de que los liquidadores del arte (no me refiero a los grafiteros, que nunca han tenido en general este programa) ocupen las galerías es, cuando menos, ambiguo. Es difícil saber si se trata de un éxito (porque dominan el mundo del arte quienes lo repudian) o de un fracaso (porque se ven “encerrados” en las instituciones que aspiraban a eliminar). Yo diría que es un fracaso triunfal.

Marx, Engels, que ahondaron en sus predecesores Smith y Ricardo, hablaban del “trabajo” (sin determinación de contenido). Esta concepción “terrible”, ¿es la que ha permitido que “el género del trabajo sea fortuito, es decir, indiferente” y ahora –quizás más que antes- asumamos que un licenciado en Químicas despache hamburguesas o un traductor acabe de dependiente?

Sí, y que contemos los “créditos” de un licenciado en Químicas como equivalentes a los de un licenciado en Antropología. La esencia del asunto está en la manera de concebir el tiempo como una sucesión de ahoras homogéneos, iguales y vacíos, que sirven como medida de todo trabajo. Uno tiene la sensación de que sólo en broma puede alguien pretender que todas las destrezas y habilidades puedan reducirse al mecanismo del trabajo simple, y le dan a uno ganas de partirse de risa ante quien pretenda reducir a una cantidad de flujo de trabajo a secas por unidad de tiempo el trabajo vocal de Anna Bonitatibus en ‘La coronación de Popea’ en la versión de William Christie, o ante quien sugiera que los segmentos de tiempo que llena la versión de ‘Ain't Nobody's business’ de B.B. King y Ruth Brown son únicamente ahoras perfectamente iguales y homogéneos. Pero, en fin, uno se contiene.

El libro, en distintas partes (la mención a Jünger y su pasaje de las orejas en el barrizal, pero también cuando habla de las reliquias (“cabezas desprendidas”, etc.) parece apuntar la imposibilidad de contemplar nuestro mundo como un todo (siquiera como un todo sin ninguna autoridad orgánica donde todo sea archipiélago)… como si la fragmentación fuera la única vía posible…

La fragmentación es una de las experiencias centrales de la modernidad. Por eso la función de los poetas, de los escritores y de los artistas y pensadores modernos es justamente la de hacer posible un relato de esa experiencia fragmentada.

Con Trump, ¿el “amigo americano” puede dejar de serlo (en tanto que parece que él si quiere, al menos aspira, a tener un relato propio)?

Trump tiene un relato que, como la mayoría de los que hoy circulan como “recambio”, se articula en torno a la identidad. La identidad es siempre antagónica, se alimenta de enfrentamiento con unos enemigos que, si no existen, se inventan para reforzar el discurso. Lo malo de este tipo de relato infame es que permea todos los demás y que nadie parece estar dispuesto a hacerle frente al menos en el terreno del discurso.

Entre el humor de los hermanos Marx y el de El Roto, ambos citados en el libro, ¿cuál nos salva?

Los dos son indispensables. Se diría que los hermanos Marx nos hacen, casi siempre, reír, mientras que El Roto nos hace, a menudo, llorar. Lo malo de este tiempo es que, cuando contemplamos a los payasos subidos a las tribunas políticas, no sabemos bien si reír o llorar.


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El País - 24/10/2016
Estética de lo peor
Por Francisco Calvo Serraller

¿Será éste el motivo del creciente prestigio del arte en nuestra secularizada época, un arte que ha dejado de ser un oficio singular para convertirse en la única promesa fiable revolucionaria de proporcionarnos el Edén sin transformarnos en otra cosa? A esta y a otras preguntas afines ha dedicado un libro el filósofo español José Luis Pardo (Madrid, 1954), significativamente titulado Estética de lo peor (Pasos Perdidos-Barataria), donde analiza los avatares del arte y la estética contemporáneos, pero sin tomar partido previo ni por los "apocalípticos", que recelan de cualquier innovación, ni por los "integrados", que piensan que están en el mejor mundo de los posibles, pues los cambios vienen rodados, aunque, en el fondo, todo siga igual.

Antes, por el contrario, en un epígrafe titulado como el libro, inserto en un capítulo denominado 'Ensayos sobre la falta de oficio', Pardo nos recuerda que el fundamento del arte contemporáneo ya no es la constrictiva Belleza, el canon histórico que lo fundamentó, sino la Libertad, cuya ansia de exploración no admite fronteras preconcebidas, y, por tanto, que no se asienta en ninguna conquista, ni siquiera en el recuento institucional de sus indudables logros, como demandan hoy los beneficiarios de lo "políticamente correcto". Nos propone, sin embargo, que el arte actual se convierta en "un hogar para la mera humanidad" y añade que, para ello, "quizás... sería bueno abandonar la perniciosa idea de que la obra de arte tiene que simbolizar la verdad (que a menudo es solidaria de un mundo inhóspito y de una tierra inhabitable) para experimentar con otra vieja idea de la obra de arte: aquella que la describe como símbolo de la libertad". Pues, al fin y al cabo, sólo quienes creen en la libertad, se harán libres: auténticos transeúntes, que están aquí y allí, acullá, como el buen arte, generador de entuertos y extravagancias, requiere.

 

La voz de Galicia - 20/08/2011
José Luis Pardo: discernir la verdad
Por Héctor J. Porto

"Sólo una clase de fealdad no puede ser representada conforme a la naturaleza sin echar por tierra toda satisfacción estética y, por tanto, toda belleza artística y es, a saber, la que despierta asco, pues (...) entonces no puede ya ser tenida por bella". Esta reflexión extraída de la "La Crítica de la facultad de juzgar", la obra de Kant, parece ser el objetivo a abarir por el arte contemporáneo -ya desde la primera agitación de las vanguardis históricas-, según defiende el ideario del pensador, escritor y catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Pardo (1954) que parece vertebrar la antología "Estética de lo peor" (...)


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Sin embargo, y pese a la forma en que se presenta el tomo haciendo énfasis en su unidad, su contenido va más allá, es absolutamente heteogéneo, como haciendo honor al gusto del pensamiento del profesor. En realidad, el subtítulo -"De las ventajas e inconvenientes del arte para la vida"- refleja mejor las aspiraciones de esta colección de textos (...)

DiISCURSO COMBATIVO

Y es que cada ensayo se basta para hablar por sí mismo de sus desvelos que, aunque varipintos, acaban convergiendo en el espacio improbable del discurso combativo de José Luis Pardo, uno de los pensadores menos complacientes de la escena española actual, un hombre que aún confía en el poder de la filosofía para maravillar, provocar, debatir, meditar, un catedrático que añora, como buen socrático, la plaza como arena para el combate dialéctico. Y es que para él todo es susceptible de desenredarse, de ser objeto de especulación, nada en la vida y en la sociedad es ajeno al inquieto bisturí del análisis y de la crítica: el arte (tradición, vanguardia y contemporaneidad), la globalización, el cine, la bioética, la vulnerabilidad del cuerpo, la máquina, el poder, el pecado, la ciudad, el mercado, el erotismo, la libertad, el dolor, la muerte, las teorías de la conspiración... Así mismo desmenuza obras concretas de autores como David Cronenberg (y su film Crash), el artista Amorós Torres, el dibujante y viñetista El Roto, la artista Eva Lootz (y su instalación "la jaula de los pájaros"), Ubay Murillo, Ramón Gaya, Wim Wenders ("El amigo americano"), Picasso y un largo etcétera.

En fin, la lectura de Pardo, sea cual sea la preferencia concreta del lector por uno u otro de los temas, el abordaje de sus múltiples sendas y sus desviaciones es profundizar en el gozo de la filosofía y, como él suele decir, aprender a "discernir la verdad de la farsa eficaz y la libertad de la tiranía maquillada".


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