Pasos Perdidos
Hilda
Traductor: Santiago Martín Bermúdez
Páginas: 96
Primera edición: 2011
ISBN: 9788492979103
PVP: 12,50 €
Formato: 13 x 21 cm

Hilda

Marie N’Diaye

Hilda puede leerse como una narración, como obra de teatro o como una antigua fábula en la que la transparencia del texto oculta y, al mismo tiempo, da forma a temores profundos y universales.

La señora Lemarchand necesia una criada y ha oído hablar de Hilda, de su buena disposicón para el trabajo, de su educación y su belleza. No toleraría una criada indolente, pero sobre todo que fuera demasiado delgada o simplemente gordita. ¿Cómo va a ocuparse de su casa y de sus hijos si no controla su propio cuerpo?

La señora Lemarchand considera que Hilda tendrá la suerte de servir en una casa de gente de izquierdas. Por eso quiere algo más que una criada, quiere educar a Hilda, enseñarla a vestirse y a comportarse en sociedad, quere que sea su amiga. Sin que, por supuesto, deje de aumentar cada vez más rigurosamente sus obligaciones.

La intensidad de la escritura de Marie N´Diaye logra materializar a Hilda, un personaje sin voz que, a lo largo del texto, va trasnformándose en el sueño de su señora. Porque hoy la dialéctica del amo y el esclavo no da lugar a la menor rebelión: la señora seguirá necesitando desesperadamente otra Hilda y la criada seguirá sometida a su voluntad.

 

 


Marie N’Diaye
Marie N’Diaye

Marie NDiaye (Pithiviers, Francia, 1967) es una de las autoras actuales más valoradas por la crítica en Francia. Fue galardonada con el premio Femina en el año 2001 por su novela Rosie Carpe y, en 2009, con el premio Goncourt por Tres mujeres fuertes. También ha tenido el reconocimiento del público: en el año 2009 fue la autora más leída en lengua francesa. A los diecisiete años publicó su primera novela en la que la crítica ya reconoció a una gran escritora. Desde entonces ha publicado novelas, relatos y obras de teatro. Es la única escritora viva cuya obra ha sido incluida en el repertorio de La Comédie Française.


Notas de prensa
El Placer de la Lectura - 24/05/2011
Hilda
Por Joseph B. Macgregor

A Marie NDiaye (Pithiviers, Francia, 1967), autora francesa de origen senegalés, se le puede considerar como una “niña prodigio” de las letras francesas. Con sólo diecisiete años publicó su primera novela (Quant au riche del avenir, Minuit, 1985), aunque empezó a escribir con doce o trece años. De hecho, se cuenta que el editor de Minuit se presentó en el instituto en el cual la “joven promesa” desarrollaba sus estudios para que firmara un importante contrato como escritora para dicha editorial. Su obra es muy amplia y abarca no sólo la novela y el relato corto sino además teatro, literatura infantil, ensayo y hasta un guión de cine basado en una de sus más aclamadas obras teatrales (Papa doit manger, Minuit, 2003).


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En el año 2002 obtuvo el premio Fémina por Rosie Carpe y en el 2009, se alzó con el Premio Goncourt, por Trois Femmes puissantes. (Tres mujeres fuertes, publicada en el año 2020 en nuestro país por Acantilado en español y Quaderns Crema en catalán), libro de relatos en el que Ndiaye nos brinda tres narraciones euro-africanas, hermanadas por la potente personalidad de sus tres protagonistas; Norah, Fanta y Khady. En el tercero de ellos, aborda – al igual que hace en Hilda - una de las constantes de su obra: los modelos de nuevo esclavismo del siglo XXI y que se dan en sociedades presuntamente civilizadas, tolerantes y no racistas:

"Los inmigrantes pasan por situaciones terribles, demuestran un valor y un coraje admirables", dice. "Aunque son económicamente miserables, ante todo son unos héroes comparables a los de la mitología clásica, que van superando pruebas", afirma con contundencia (El País, 24/03/2010).

De hecho, tras la victoria de Sarkozy en el año 2007, optó por abandonar Francia y exiliarse en Berlín:

“Sarkozy forma parte de una derecha que roza con la extrema derecha, sin piedad con los pobres y los extranjeros. No guarda ningún parecido con la derecha tradicional, cristiana y compasiva. Angela Merkel, en cambio, no me molesta en absoluto (Qué leer).”

Esta inquietud está también muy presente en Hilda, la obra que nos ocupa en esta reseña. Aunque Hilda (publicada en el año 1999 en Francia) puede ser encuadrada por su estructura y formato dentro del género teatral lo cierto que también puede leerse como una novela breve ya que carece de algunas de las características propias de la dramaturgia tradicional como son las acotaciones entre paréntesis en los diálogos o las descripciones de escenarios en los cuáles transcurre la acción. De igual modo, debemos imaginar como son los personajes a través de las conversaciones que mantienen pero en ningún momento se indica ningún rasgo físico, de aspecto o de vestimenta o se nos describen acciones. Es decir, aunque adopta más bien la forma de una novela corta dialogada esto no quita que además pueda adaptarse con facilidad al teatro y ser representada por una compañía teatral en un escenario. De hecho, Marie Ndiaye es una de las pocas dramaturgas francesas vivas cuya obras teatrales son representadas con asiduidad por la Comédie Française, ya que algunas de ellas forman parte de su repertorio habitual.

Aunque la obra se llama Hilda, la joven africana no es la protagonista estelar de la trama (o al menos no directamente) sino que se trata de un personaje invisible, sin presencia física en la obra pero del que se habla sin parar en las seis conversaciones (o actos) que mantienen Madame Lemarchand con el marido de su nueva criada (que no es otra que Hilda). Aunque ésta se autodefine como una mujer de izquierdas, lo cierto es que desde el principio considera a Hilda como un capricho, como una especie de muñeca con la que jugar, a la que debe de cambiar de ropita o de peinado, reeducar sus hábitos y costumbres; en definitiva, alguien dúctil que moldear a su antojo.

Aunque básicamente sean estos dos personajes los que dialogan a lo largo de seis capítulos o actos (a excepción de uno de ellos en el cuál aparece también la hermana de Hilda) en realidad, la actitud del marido de la criada es más bien pasiva, tímida y pusilánime. Quién lleva la voz cantante en cada una de estas seis conversaciones es la “dueña” de Hilda quien se manifiesta en todas ellas como una mujer con mucho carácter, parlanchina y avasalladora, a la que es muy difícil llevar la contraria. De hecho, “atormenta” al pobre hombre con unos largos parlamentos que éste responde con cortas afirmaciones o monosílabos, o dándole la razón como a las locas.

Lo peor es que Madame Lemarchand no actúa con maldad, sino que en su discurso todo el trato – claramente vejatorio o inhumano – que inflige a Hilda le parece absolutamente normal y lógico; es más, en su opinión, toda la labor que ejerce sobre su criada de reeducación de hábitos y costumbres, o esos cambios de aspecto físico o de indumentaria, lo hace como una especie de obra de caridad. Sus afirmaciones ni siquiera suenan a justificaciones: ella actúa de esa manera porque piensa que es lo mejor para Hilda y que en realidad le está haciendo un favor. Por otro lado, considera del todo lógico que una persona se convierta en un objeto más de su casa, en propiedad, y se preocupa mucho cuando su criada no sonríe o no se muestra contenta trabajando para ella, considerándolo una ingratitud por su parte. Sobre Hilda, su dueña deposita una mirada “civilizada” que se nos muestra claramente racista, intolerante, manipuladora y esclavizadora para con ella. Pero lo más grave es que en ningún momento se percata de que está actuando de manera incorrecta sino que su visión sobre la relación que mantiene con Hilda, lejos de ser idílica, al menos a ella le satisface y cree firmemente que con su actitud le está haciendo a su criada mucho bien.

Frente a esta mirada colonialista, la respuesta del esposo de Hilda no resulta tampoco valiente. Sus respuestas no son contundentes, sino las de alguien que acepta lo que le viene con un encogimiento de hombros, con resignación “cartujana”. No será hasta los últimos capítulos (o actos) cuando éste comience a reaccionar un poco y a mostrar su indignación, sobre todo a partir del momento en que se percata de que su esposa está siendo prácticamente “secuestrada” por Madame Lemarchand. Pero es demasiado tarde ya: sus quejas, protestas o lamentos resultarán absolutamente inútiles ya que ésta no parece dispuesta a devolverle a su esposa.

Enlazando con lo anterior, podríamos describir a Hilda de Marie Ndiaye como una historia de angustia creciente, muy bien dosificada a lo largo de la trama, hasta límites realmente inquietantes o kafkianos y que por esa razón la he disfrutado mucho y considero altamente recomendable.


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