Pasos Perdidos
El presentimiento
Traductor: Mercedes Noriega Bosch
Páginas: 180
2016
ISBN: 978-84-944769-3-8
PVP: 15,90 €
Formato: Rústica

El presentimiento

Emmanuel Bove

El Presentimiento forma parte de las raras y extraordinarias novelas cuyos protagonistas, como el escribiente Bartleby, preferirían no hacerlo; héroes intransigentes que son capaces de enfrentarse una y otra vez, sin la menor estridencia, al engaño y la mediocridad que les rodea, aunque estén condenados al fracaso.

Charles Benesteau, un burgués acaudalado y de vida apacible, abandona un día, sin motivo aparente, todo: su mujer y sus hijos, su brillante profesión y su mansión, sus amigos y hasta la amante que nadie sospechaba que tuviera. Y la única razón que puede dar es que «encuentra que el mundo es malvado», y ya no puede soportarlo.

Se instala en un barrio popular y trata de ser un hombre cualquiera más, así cree que podrá cambiar de vida. Emmanuel Bove, con una escritura precisa, va desvelando las zonas oscuras que hay detrás de los actos más cotidianos o más nobles, y cómo en ese mundo nuevo le atenazarán la misma malevolencia y cobardía que creía haber dejado atrás.

«La obra de Bove no busca la originalidad y por ello, paradójicamente, resulta extremadamente original. De la misma manera que por centrarse en lo particular, en lo trivial, en lo insignificante, se eleva a lo universal». Le Magazine Littéraire.
 

 


Emmanuel Bove
Emmanuel Bove

Emmanuel Bove (París, 1898-1945), seudónimo de Emmanuel Bobovnikoff, es uno de los grandes novelistas franceses del siglo XX. Hijo de un exilado ruso y de una criada luxemburguesa, la infancia de Bove transcurre en París, Ginebra e Inglaterra, y está marcada, según las rachas de fortuna de su padre, por la inestabilidad entre un mundo de lujo y la miseria,

En 1924 publica, a instancias de Colette, su primera novela (Mes amis) que conoce un gran éxito, y en 1928 obtiene el premio Figuière, considerado más importante que el Goncourt.  A partir de entonces comienza un período de fecunda producción literaria con más de treinta obras publicadas, entre las que destaca El presentimiento (Pasos Perdidos, 2016). Colette, André Gide, Rilke, Max Jacob, Beckett («nadie como Bove ha tenido un sentido tan agudo del detalle») o Peter Hancke, su traductor al alemán, elogiaron su obra.

En 1942 consigue abandonar la Francia ocupada por los nazis y en Argel escribe sus últimas novelas: Huída en la noche (Pasos Perdidos, 2017) y La Trampa (Pasos Perdidos, 2014), que se niega a publicar hasta la liberación. Durante su exilio en Argelia contrae el paludismo y, a su regreso, muere en París en 1945.


Notas de prensa
El Mundo - 27/07/2016
Emmanuel Bove, el hombre sin lugar
Por Manuel Hidalgo

En sus Mémoires d'un homme singulier, Emmanuel Bove escribió que no había pedido a la vida nada extraordinario. Ni dinero, ni amistad, ni gloria. Sólo, lo que tantos tienen, un lugar, un lugar propio y respetable. Y no había conseguido tenerlo.

En otra ocasión, había dicho que miraba hacia su pasado y no encontraba en él "nada grande, ni noble, ni digno de ser citado".

Un sentimiento constante de malestar, incomodo e insignificancia presidió la vida de Bove -como la de muchos de sus personajes- y, sin embargo, no puede decirse que el escritor tuviera una existencia corriente, aunque sí, con frecuencia, dolorosa.

Durante décadas, la posteridad le quiso dar la razón y le negó un lugar. En los años 80, cuatro décadas después de su muerte, Bove, que había conocido el éxito y disfrutado de los elogios de Colette y André Gide, no existía para los franceses. Una biografía le rescató del olvido, se reeditaron sus libros, se hicieron películas con sus novelas y, al fin, Bove tuvo su lugar.

Todo empezó a ir mal para Bove desde su mismo nacimiento en 1898. Su padre, emigrante en París, judío ruso sin oficio ni beneficio, dejó embarazada a su madre, una criada luxemburguesa que limpiaba casas de ricos. Emmanuel Bobovnikoff -su nombre verdadero- fue postergado por sus padres, todavía más cuando nació León, su hermanito pequeño.

El desinterés de su madre hacia él fue el trauma de su vida y la causa de su perenne sensación de desplazamiento. Su padre, no obstante, consiguió darle estudios en la Escuela Alsaciana de París, tal vez porque, dotado de labia y zalamería, había seducido a Emily Overweg, una inglesa rica y cultivada.

Con los dineros de Emily, Bove prosiguió su educación -muy burguesa- en Ginebra y, más tarde, en Inglaterra. Emily, a diferencia de su madre biológica, le trataba bien. Pero todo se estropeó con dos acontecimientos sucesivos: su padre y Emily tuvieron un hijo, Víctor, y Emmanuel dejó de recibir el cariño al que se había acostumbrado. Además, Emily se arruinó, y otra vez la pobreza asomó su feo careto.

Fruto de su instrucción, el joven Bove ya quería ser escritor, pero antes tuvo que ganarse el pan como obrero de la Renault, friegaplatos de un restaurante o portero, y más cuando su padre murió de tuberculosis. Emmanuel llegó a ser encarcelado en una redada por su mal aspecto.

En 1921, consiguió centrarse al conocer a Suzanne Valois y casarse con ella. Emigraron a Austria, tuvieron una hija, Nora, y Bove se consagró a la escritura. En Viena escribió, entre otros, su primer libro importante, y decisivo, Mis amigos, que, de regreso a París, cayó en manos de Colette, quien, admirada, lo publicó con gran éxito en 1924 en la editorial que dirigía. Mis amigos fue publicado en español hace más de diez años por Pre-Textos, primera gran oportunidad de conocer a Bove en España. Y a Víctor Baton, el personaje del libro, un exmilitar desnortado que busca desesperadamente amor y amistad sin conseguirlo. Marca de la casa.

A partir del éxito de Mis amigos, las cosas fueron bien para Bove durante años: ganó dinero y premios importantes, colaboró en prensa, conoció a grandes figuras de las letras francesas, se instaló, en fin, en la pomada y no paró de publicar. A veces, hasta seis libros al año. A veces, y junto a sus libros más queridos, novelas alimenticias que firmaba como Jean Vallois, con el apellido de su esposa, con la que tuvo otro hijo antes de separarse.

Sí, Bove conoció a una judía muy rica y muy bien relacionada, Louise Ottensooser, con la que se casó una vez que ella se quedó embarazada. Siguieron años de desahogo económico, amistades brillantes, viajes y estancias placenteras y constantes publicaciones. A este periodo -¡quién lo diría!- corresponde El presentimiento (1935), que ahora acaba de editar Pasos Perdidos.

Las cosas volvieron a torcerse. El ascenso del nazismo, la amenaza de la guerra y del antisemitismo en una Francia cada vez más derechizada inquietaron a Bove y a su esposa. Salieron de París e hicieron varios cambios tácticos de residencia. Louise perdió su fortuna y Emmanuel se pescó una gravísima pleuresía en 1937, que arruinó su salud para el resto de sus días.

Cuando estalló la guerra y llegó la Ocupación, Bove, que era "gaullista", se negó a publicar libros en Francia y quiso viajar a Londres. Pero no lo consiguió. A cambio, logró huir en 1942 -había sido movilizado por el gobierno colaboracionista- hacia Argel, donde, además de espías, había ilustres refugiados, como su viejo amigo Gide y Saint-Éxupery, con los que mataba el tiempo jugando al ajedrez.

Y en Argel escribió también sus tres últimas novelas. Una de ellas, La trampa, con alguna resonancia autobiográfica, fue publicada el año pasado por Pasos Perdidos, y, con su historia de un hombre que no logra obtener un salvoconducto para abandonar Francia, tiene no pocas concomitancias con la actitud y las frustraciones del protagonista de El presentimiento.

Bove y su esposa regresaron a Francia en 1944 tras la liberación de París. Gallimard rechazó La trampa. El escritor había contraído el paludismo en Argel, y su estado se fue agravando por la fiebre hasta que sucumbió de un doble fallo cardiorrespiratorio el 13 de julio de 1945, cuando los parisinos se disponían a celebrar libres la fiesta nacional. Tenía 47 años.

¿Por qué el acomodado abogado Charles Benesteau, que vive estupendamente en el distinguido bulevar de Clichy con su bella mujer y sus hijos, decide un buen día dejarlo todo e irse a vivir a un pisucho de un barrio obrero? Y, sobre todo, ¿para qué? De eso trata -y muy bien- El presentimiento, novela realista y amenísima que, poco a poco, va destilando un aroma a absurdo kafkiano y a pesimista existencialismo. ¿Se puede romper con todo?, ¿conseguir que le dejen a uno en paz?, ¿ser libre como un pajarillo? Ah, ¿y por qué la gente es tan mala y zafia cuando uno sólo pretende ser bueno? La miseria hace estragos. Se comprende perfectamente que Emmanuel Bove haya vuelto al primer plano.

El Imparcial - 19/06/2016
Emmanuel Bove: El presentimiento
Por Daniel González Irala

De la filosofía existencialista de Sartre y su “infierno son los otros” quizás parta el hoy posmoderno, y no sólo gracias a Herman Melville, concepto o personaje del reinterpretado bartleby, alguien cuya actitud vital se definía por la frase “preferiría no hacerlo” y que en esta novela de Bove, personaje vital también igualmente controvertido, representa su magnífico personaje Charles Benesteau.

Publicada en Francia en 1935 y llevada al cine en 2006 por Jean Pierre Darrousin, quién a su vez interpretaba al protagonista, con el título Premonición, se trata de una novela claramente marcada por el contexto histórico en que fue escrita. Su autor, que ya se consideraba a sí mismo novelista desde los catorce años, vivió su vida entre la opulencia y la miseria financiera y tuvo que ser otra desfavorecida por otras razones del gremio, Colette, quién recuperase su primera novela Mis amigos del anonimato literario en el que se encontraba y tras el que sería referencia de escritores como André Gide, Rilke, Max Jacob o Samuel Beckett .

La cuidada edición de la editorial madrileña así como la traducción son un lujo para sus descubridores ahora en España, una edición que cuenta en la cubierta con la pintura de Edvard Munch, Melancolía, donde lo que parecen las dunas de una playa asemejan troncos de árbol renegridos por el tiempo


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Un día como otro cualquiera Benesteau (Bove utiliza un narrador en tercera persona pegado al protagonista, narrador del que bebe también entre otros Coetzee en la primera parte de Desgracia) decide abandonar los hábitos que le mantienen encerrado en un mundo acomodaticio y egoísta. Abandona a su mujer y su hijo, su mansión y trabajo, reniega parcialmente de su familia (sobre todo de sus dos hermanos y hermana) y hasta de su amante Danielle, alguien en quien descargaba hasta el momento los furores de una vida que le desagradaba. Se va a vivir a una pensión que será reconvertida en pequeño apartamento, para así empezar a divagar por las calles, leer, escribir…, llevar una existencia donde cultivará la sencillez y la bonhomía para con los otros, algo que la sociedad parisina de posguerra, sus nuevos, viejos vecinos y sus familiares no entienden, y por lo que le odiarán.

El principal pretexto para armar el argumento se dará cuando Charles tenga que ganarse el sustento de algún modo; al ser abogado, en principio no tiene problemas, pero poco a poco estos le van creciendo por pares, dándose cuenta de que la opción tomada de llevar una vida más sobria, lo que le hace es codearse con el mismo tipo de instintos, sólo que con gente desclasada. Aún así, la necesidad de huir de la opulencia le hace autoengañarse o preferir vivir con la hija de los Sarrasini, niña de catorce años a la que Charles dará todo lo que le pida, y que el vecindario interpretará desde la lujuria e intenciones aviesas.

Llega un momento en que Charles no tiene escapatoria y le va a resultar imposible pasar, como él quiere, desapercibido. Desde que sabemos esto, tampoco hay huida posible para un lector que se creía rebelde y le apoyaba, por lo que esa máquina del existencialismo de la que hablábamos en un principio ha hecho su efecto. Es entonces cuando nos damos cuenta de que las mejores intenciones las puede cargar el diablo sin que apenas seamos conscientes. La heroicidad en este caso de Charles, consiste en que es capaz de apechugar con las consecuencias de sus actos por más que estos de una manera u otra le pasen factura. De esta forma, cuando se siente afortunado en comparación con los Sarrasini, es cuando comprueba que, hasta la fecha vivía “como si una mano invisible se hubiera dedicado a ocultar todo aquello que pudiera causarle aflicción”.


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Libros, instrucciones de uso - 30/05/2016
"El presentimiento": la necesidad de reivindicar a Emmanuel Bove
Por Bárbara Pérez
Todos aquellos que leen Mis amigos caen rendidos ante el talento y sensibilidad de Emmanuel Bove. Pocas novelas tan breves tienen la fuerza de las tristes andanzas de Victor Bâton. Colette, la primera editora de Bove, al descubrir a este autor único no dudó en publicarlo. Pero a pesar de su calidad literaria y del potente mensaje de sus textos, Bove solo disfrutó de un éxito fugaz y quedó rápidamente relegado al olvido, del que tan solo le rescató Samuel Beckett, quien encontró en la lengua francesa y su literatura una segunda patria.
 
La editorial Pasos perdidos reivindica la importancia de Bove dentro de la literatura europea de la primera mitad del siglo XX y esta vez ofrece una nueva novela centrada en otro ser incomprendido y solitario. Charles Benestau, un abogado de clase alta perteneciente a una familia de industriales, decide de la noche a la mañana romper con su profesión, su mujer y sus hijos y hasta su amante. Pero no huye lejos de su majestuoso piso parisino sino que decide iniciar una segunda parte de su vida en un barrio de clase obrera. Alquila un pequeño apartamento de tres habitaciones y dedica su tiempo a pasear y escribir sus recuerdos sin propósito alguno. Cree haber encontrado una vida auténtica, libre de oscuros intereses, en un lugar donde sus vecinos se dedican tan solo a trabajar para sostener sus miserables vidas.
 
Charles desea convertirse de manera inconsciente en un salvador de varias de esas almas torturadas y perdidas y, lejos de encontrar agradecimiento, recibe el odio sinsentido y grandes dosis de envidia. En lugar de huir a un nuevo refugio, y aislarse por fin de una humanidad que le hastía, parece dejarse morir, resignado al fracaso de su tan ansiado proyecto.
 
Con una prosa lacónica y certera Bove despliega de nuevo su maestría al construir un protagonista inolvidable y una corte de secundarios que encarnaban entonces (y aún hoy) a la mayor parte de la sociedad. Si Victor Bâton hacía todo lo posible por encontrar un solo amigo, Charles Benestau quiere disfrutar de la soledad pero sin dejar de ayudar a los que le rodean. El resultado en ambos casos es el mismo, individuos marginados por llevar vidas alejadas de lo que se consideraba normal.
 
Además, recupera un París de posguerra, una ciudad que desea olvidar las terribles consecuencias, sus muertos y a los excombatientes que abandonan hospitales y trincheras para volver a un mundo que huye de sus uniformes raídos y malolientes. Bove se detiene en lo minúsculo, en lo que nadie repara pero también centra su mirada en un país implacable con los suyos. Las últimas páginas de El presentimiento son sobrecogedoras, golpean de manera similar a como lo hace Mis amigos. No dejen de conocer a Emmanuel Bove, hay pocos escritores que retraten con tanta hondura la soledad humana.
Blog Estado Crítico - 17/05/2016
Fuga sin fuga
Por Manolo Haro

Una pluma, o un vilano, flota de manera antojadiza en el aire de la mañana. Su caprichoso vaivén es determinado por las rachas de viento que hacen quebrar ascensos y descensos. La suerte del día la llevará a vivir una existencia terrestre, enredada entre los pies y el barro del mundo, o celeste, perdida entre las nubes y el sol. No se puede entender el viaje de esa pluma sin los elementos que condicionan su periplo, como tampoco se puede entender la obra de cualquier autor sin reparar en los agentes externos que acompañaron el devenir de sus días. Algunas corrientes de estudios literarios aniquilan al autor para quedarse simplemente con la miel del panal, pues piensan que el magma creativo es universal e inmortal, así como que la obra tiene ya de por sí su libre bogar sin marinero que arríe las velas. El caso de Emmanuel Bove –casi un desconocido para muchos de los lectores en lengua española a no ser por algunas reivindicaciones editoriales como ésta o el rescate de unos cuantos como Enrique Vila-Matas– necesita de una breve presentación para entender una novelística que muestra una profunda y atrayente belleza.

La vida de Emmanuel Bove se parece a la de sus personajes. Sin Bove no habría, en este caso, Charles Benesteau, protagonista de El presentimiento, como no habría Quijote sin el Cervantes apremiado por las circunstancias de una guerra, un cautiverio y un maltrecho vivir entre gentes de varia condición. Siempre es así –a no ser que el autor se dedique a la novela de cartón piedra–, pero, ya digo, para entender al francés es esencial. Nacido en 1898 de la unión entre un judío ucraniano exiliado y una criada luxemburguesa, su infancia está marcada por los avatares propios de un parvenú: tras una escolarización irregular, a los 14 años decidirá ser novelista; su padre, de filias aristocráticas, vive en Génova con la rica pintora inglesa Emily Overweg, que influirá en el niño Emmanuel; la muerte por tuberculosis de su progenitor lo enredará en la tela de araña de la subsistencia, haciendo de él, con apenas 18 años, un conductor de tranvía, un camarero, un obrero de la Renault y un taxista, oficios a los que sumará más tarde los de inspector de seguros o comercial publicitario. Su boda lo lleva a vivir en un suburbio de Viena con la joven esposa, de cuyo matrimonio resultarán pocas flores y muchas grietas; en esta etapa vienesa Bove está haciendo las abdominales que lo curtirían para convertirse en un autor solvente, ya que se dedica a escribir metódicamente 800 líneas diarias de novela popular. De vuelta a París, ya en los años 30, tendrá su etapa más creativamente fértil, de donde surgirá El presentimiento. Abandono de momento la esquemática exposición de su biografía; es ahora cuando Charles Benesteau sale a la luz.


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“El 13 de agosto de 1931, a última hora de la tarde, un hombre que debía rondar los cincuenta años subía por la avenida del Maine”. Ese hombre es Benesteau. Así da comienzo una obra que narra  días en la vida de un individuo que desea romper con su pasado de abogado parisino de renombre, de vida cómodamente burguesa, abandonando mujer, familia y amigos para volver a vivir de forma anónima en un barrio popular, alejado de la elegancia de su vivienda en Clichy. El divorcio y este alejamiento dan inicio a una nueva vida, en la que ya no cabe ni siquiera la posibilidad de una herencia familiar ni la relación con la consabida amante. París es el decorado. Benesteau habita anónimamente un piso modesto, pero las circunstancias lo llevarán a socorrer a Vicent Sarrassini, un vecino del barrio que quiere divorciarse de su esposa porque sospecha que lo engaña. La trama se enredará posteriormente cuando Sarrassini intente matar a su mujer y Charles Benesteau se haga cargo de la hija de ambos al entrar uno en prisión y la otra en el hospital. Poco a poco, la anónima existencia que deseaba va a sufrir la injerencia de una realidad que no conoce ni controla. El mundo burgués del que procedía tenía sus normas de cortesía y servicio, de disimulo y engaño; el protocolo de la vida en los suburbios está atravesado por una hipocresía de trazo grueso, donde la maledicencia, la estupidez y la ignorancia se mezclan para dar un fruto envenenado. Estas vidas mínimas con demasiado sufrimiento van ofreciendo paulatinamente las pistas de otro mundo que Benesteau no domina. Su deseo inicial de descansar, vivir de forma anónima, de escribir sus recuerdos o de hacer ejercicios mnemotécnicos se irá al traste por la continua presencia de la vida de ahora y, a veces, de la de antes.

Emmanuel Bove podría sentirse como un escritor de estirpe kafkiana. Cuando leí La trampa (novela que publicó hace unos años la misma editorial) ya percibí que su interés por tensar la cuerda de la realidad en situaciones cotidianas colocaba a seres comunes en la tesitura de subvertir el sistema con un decisión simple, sin heroicidades. En un primer momento nos sería fácil emularlos y poder así contemplar el revés de la trama (“qué pasaría si…”), pero el lector queda pegado a la silla a medida que avanza en la historia, constatando que el mundo tiene unos colmillos disimulados entre la hojarasca de lo inofensivo. Charles Benesteau sólo quiere huir de un mundo que no le llena, tal vez con el presentimiento de que esa decisión marcará el fin de sus días. Algunos de los personajes que se mueven junto a él en la calle Vanves son malvados como fruto de su propia mezquindad. En contraposición, Benesteau renuncia a todo (familia, amante, amigos, hogar, trabajo, etc.) menos a la bondad, la verdad y la belleza. Resulta desolador toparse con los gestos de estos pequeños seres de vidas mínimas, personajes que enarbolan una maldad surgida desde la estupidez, que se mueven por instintos reptilianos y que socavan la voluntad de aquellos de su misma clase que escapan de esos patrones.

Vuelvo a la biografía que abandoné a comienzos de los años 30. En 1935, Bove daba a la imprentaEl presentimiento. En 1937, enfermó de pleuresía, antesala de lo que ocho años más tarde acabaría con su vida tras su refugio argelino durante la Segunda Guerra Mundial. Por delante se lo llevó la caquexia, una insuficiencia cardiaca y el debilitamiento que le produjo la malaria que portaba desde África. Charles Benesteau, pienso, llevaba mucho en la sangre de un Bove que se inventó mil veces y vivió una sola vez. Leerlo es rastrearlo y rastrearnos. Justo eso es la inmortalidad.


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Revista Détour - 20/04/2016
Emmanuel Bove. El origen del mal
Por Óscar Brox

El grueso de la producción literaria de Emmanuel Bove se produjo durante los años previos a la Guerra, mientras se larvaba pacientemente la gran derrota de Europa. La caída de la condición humana y el terror que describirían los campos de concentración y exterminio o las bajezas morales cometidas por la pura supervivencia. Bove, que buscaría una salida a esa pesadilla, se tuvo que conformar con un exilio forzoso a raíz del cual contrajo la enfermedad que acabó con su vida al regresar a París. Y si su novela La trampa filtra (o, mejor dicho, avanza) esa clase de penurias que habría de vivir en carne propia, como otro desplazado más por el gobierno de Vichy, El presentimiento parece en todo momento el retrato de aquella sociedad en descomposición que se preparaba para abrazar fraternalmente al mal absoluto. La misma que confió su destino al Mariscal Pétain y aceptó que por sus calles corriese sangre alemana. La que apenas divisó las alambradas de los campos y observó desde la ventana de enfrente las detenciones. La sociedad, en definitiva, que olvidó cómo hacer el bien.

Charles Benesteau, el protagonista de El presentimiento, decide un buen día iniciar una suerte de exilio interior. Harto del egoísmo de su familia, del entorno, de todas aquellas personas incapaces de llevar a cabo cualquier acción desinteresada. Busca una especie de retiro, una nueva vida, apoyada en sus rentas, que le conceda el tiempo suficiente para escribir un puñado de reflexiones con la mirada puesta, quién sabe, en algún futuro lector. Como un testamento en el cual reflejar que no todos eran demonios, sanguijuelas habituadas a chupar la sangre del prójimo, preocupadas por las cosas más nimias, ajenas al sufrimiento de los demás. Sin embargo, como al Bridet de La trampa, Bove dibuja una imaginaria soga en el cuello de su protagonista que, capítulo a capítulo, le oprime hasta impedirle respirar. El tipo de coerción social que plasma en las habladurías del vecindario, en las reacciones que suscita su comportamiento altruista, en la sensación de que no se puede ser tan bueno. Porque nadie lo es. O porque nadie vive para serlo. Porque se vive, a secas. Y si se vive es, precisamente, porque se evita volcar esa pizca de generosidad en los otros.


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La evolución del relato es, a todas luces, perturbadora, en tanto que Bove estrecha el cerco sobre su personaje y narra una caza abierta a un hombre que únicamente anhela la soledad como terapia frente a una sociedad cobarde y egoísta. En la que difícilmente se puede vivir sin repetir los mismos mecanismos que accionan las palancas de la desigualdad y la violencia. Por mucho que esta última sea tan sofisticada como el chismorreo de patio de escalera o la mentira interesada para arruinar la reputación de una persona decente. En ese sentido, El presentimiento plantea hasta qué punto la experiencia de la libertad no es más que una ilusión, una pretensión asfixiada por un comportamiento humano demasiado salvaje. Demasiado pragmático. Un comportamiento que solamente asegura su supervivencia minando la del prójimo. Aunque sea a partir de pequeñas acciones sin importancia, golpes bajos y miradas turbias, destinadas a torpedear el bien. Esas que Benestau finta sin dar mayor crédito, plantando una resistencia pasiva. Más preocupado por cuidar de la hija de los Serrasini en ausencia de su madre. O por hacer algo valioso con su dinero. Algo que, como mínimo, le diferencie de un paisaje que intenta abandonar a marchas forzadas.

Aquella Europa moribunda, en la que la resaca de los locos años 20 y la trágica desaparición del imperio austrohúngaro habían hecho mella, se preparaba para sumergirse hasta el cuello en un tiempo de terror. Acaso más perturbador, en tanto que la Guerra acabaría desembocando en la persecución racial y la disolución de la moral. Resulta tentador ver en El presentimiento una seria advertencia de ese giro que la condición humana emprendería en dirección al abismo. Una especie de sátira tragicómica que el pulso narrativo de Bove transforma en la alegoría del futuro. De un futuro demasiado cercano, que no necesitaba de disfraces ni excesos para revelar su naturaleza diabólica. En la historia de una caza implacable al bien, a la bondad, a las cosas más elementales del ser humano.

El presentimiento es, pues, una de esas obras donde la narrativa cristalina de su autor no escatima palabras para reflejar la desesperante sensación de ver cómo un pueblo oscila cada vez más hacia el mal. En esa clase de realidad microscópica que sirve como campo de pruebas para evaluar el temperamento moral de un tiempo. Que tiene en Charles Benesteau a su héroe y a su víctima, al loco y al realista. Al único que, ante de la deriva que toman los acontecimientos, elige como salida vital el exilio en un discreto apartamento desde el cual dejar que los acontecimientos se sucedan. Por mucho que, inevitablemente, le acaben afectando. Afeando. Destruyendo. Consumido por un entorno asfixiante que, en adelante, solo estará capacitado para hacer el mal. Preludio de un estado de terror en el que el hombre se dejó llevar hacia el abismo. Y la bondad, como tantas otras cosas, desapareció. Melancolía por un tiempo definitivamente perdido.


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Pasos Perdidos 2011
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