Yvette, una de las obras más representativas de Guy de Maupassant, es el relato de una educación sentimental y social, del camino que conduce a la joven Yvette a tomar conciencia del mundo equívoco que la rodea.
Con un estilo depurado, lejos de cualquier recurso melodramático, Maupassant describe la parodia de la buena sociedad en la que Yvette vive junto a su madre, una cortesana entre fortunas dudosas, aventureros y libertinos.
Yvette es una joven apasionada y novelesca, capaz de llevar las situaciones al extremo incluso para esas compañías que están acostumbradas a todos los excesos: su personalidad cambia, un día es inocente y soñadora, y otro, tentadora y humillante. El drama de Yvette es desear distinguir lo verdadero de lo falso y aspirar a ser ella misma y escapar del destino que le está reservado en el mundo de la “prostitución dorada”. Hasta que se ve obligada a aceptar que ni ella ni la realidad son lo que creía que eran.
Con su maestría para construir un relato, Maupassant nos lleva de la alegría de vivir a las ilusiones perdidas, y con pinceladas precisas recrea una época en la que la condición de la mujer la condenaba a vivir renunciando a sus ideales y a su propia identidad.
Guy de Maupassant (1850-1893) es uno de los más grandes escritores en lengua francesa. Nacido en una familia acomodada, el divorcio de sus padres marcará para siempre al joven Guy. Un padre promiscuo y una madre neurótica influyen de manera determinante en su personalidad.
Admirador y discípulo de Flaubert —era amigo de su madre desde la infancia—, éste le abrió la puerta de importantes periódicos y le presentó a Iván Turgénev, Émile Zola y a los hermanos Goncourt.
En 1880 publica Bola de sebo, cuento enmarcado dentro del volumen naturalista, editado por Zola, Las veladas de Médan. Su éxito es rotundo llegándose a calificar de obra maestra.
La aparición de este relato le sirve de trampolín para comenzar su prolífica obra como narrador. En el plazo de diez años escribe relatos, novelas, libros de viaje, novelas cortas como Yvette y obras de teatro; una producción ingente de la que cabe destacar Bola de sebo (1880), Bel Ami (1885), Fuerte como la muerte (1889) y más de trescientos relatos.
Tras varios intentos de suicidio finalmente es ingresado en una clínica parisina donde muere en 1893.
Guy de Maupassant tuvo la doble e inmensa suerte de no tener que escribir desde el tiempo pequeño que compartimos con Badou (el siglo XXI y sus miserias) y a la vez de hacerlo sin la libertad que no tuvo Sade en el XVIII. La vida literaria de Maupassant fue desde luego mucho más creativa y rica que la vida familiar y sentimental de Yvette, que poco a poco conoce los entresijos del amor y del placer, y también sus bajezas y se desilusiona de algunas esperanzas sin renegar del mundo.
Yvette es en cierto modo, aunque una narración, un reflejo de ciertas experiencias del mismo joven escritor periodista y vividor Guy de Maupassant. Ambos viven en un mundo mentiroso, peligroso, lleno de falsedad y de engaños, que es lo que no parece y parece lo que no es. Esto, que en el siglo XIX podía parecer llamativo y reservado a las cortesanas profesionales, a sus clientes y a sus imitadores, es enormemente más llamativo en el siglo XXI, puesto que lo que entonces fue excepcional y marginal es hoy habitual. Hoy no podría haber una Yvette ni hay un Maupassant, precisamente porque las experiencias de Yvette son mucho más comunes y no llamarían la atención y porque nuestras mejores plumas… se dedican a otras cosas.
La pasión de Yvette contada por Maupassant merece sin embargo ser disfrutada a estas alturas justo porque sólo sobre el papel tenemos acceso a ella y porque aún la necesitamos entender para no perdernos aspectos esenciales de la vida sentimental, afectiva y sexual. El riesgo de no leer a Maupassant es animalizar la vida íntima y reducirla o a una casi-obligación o a una simple descarga elemental. Un riesgo, por cierto, que la juventud corre más y más a medida que lee menos y menos… lo cual convierte este libro en magnífico regalo para cualquiera de nuestros amigos adolescentes, digamos entre los 15 y los 45 años, o un poco más allá incluso.
¿Piensa usted que exagero? Pasee el sábado por la noche y cuénteme que ve usted y qué escucha, en detalle. No sea usted puritano ni clerical, entienda que el amor humano existe, y que a veces se expresa en sexo, y que eso no debe reducirse a lo más bajo pero tampoco quedarse en lo más falso. Hay ilusiones, y sólo perdiéndolas nos convertimos en simples objetos de carne. Nosotros ya no pensamos que la mujer deba dejar de ser ella misma cuando ama… pero empezamos a ver que la liberación de la mujer mal entendida (como la del supuesto hombre, por lo demás) sólo ha traído un rebajamiento de lo humano a lo zoológico que sólo a materialistas muy militantes puede complacer.
Desde este otoño Jimena Larroque imparte en Espacio LEER un taller de Literatura Francesa, Bel Ami, llamado así en honor a la novela de Guy de Maupassant. Y de Maupassant, ese orfebre del cuento de absoluta vigencia, acaba de editar Pasos Perdidos, en traducción de Luisa Juanatey, Yvette. La educación sentimental de la joven del título, cierto bovarismo de chica capitalina y mundana, su insatisfacción ante los reclamos de la buena sociedad en la que vive acompañando a su cortesana madre, la infructuosa búsqueda de su propia identidad… Una joya.
Yvette es una joven tan extraordinariamente bella como ingenua. Criada entre algodones por una madre cortesana de lujo, no se da cuenta del mundo en el que se mueve. Yvette se dedica leer a novelas de romance y aventura, a entretenerse en actividades livianas y a volver locos a los hombres, sin tener la más mínima consciencia de ello. O eso parece.
Jean de Sevigny es un joven caballero que frecuenta la casa donde recibe la madre de Yvette, la falsa condesa Obardi. Lo hace con un claro objetivo: la bella Yvette, de la que no sabe si es realmente ‘naif’ o se dedica a jugar con él, siguiendo una estrategia tan meditada como retorcida. Esta novelita de trama redonda arranca en el momento en el que Sevigny convence a su amigo Leon Saval para que le acompañe a los salones cortesanos de Obardi. La incertidumbre de si Sevigny conseguirá sus propósitos con Yvette o no, se mantiene a lo largo de las poco más de cien páginas que tiene la obra, en las que Maupassant sortea sin titubeos los precipicios de la previsibilidad, aunque a veces parece que se acerca hasta el borde, en lo que es, sin duda, un juego muy reflexionado con el lector. Le ayuda en ello el ardid tan decimonónico de recurrir a un narrador omnisciente que conoce todo lo que pasa por la mente de los personajes. Digo ardid aunque es un recurso muy legítimo y el autor francés lo usa de manera muy competente. Por ejemplo, en apenas dos páginas hace un retrato certero y puntilloso de Saval y Sevigny, poniendo así al lector rápidamente en situación.
Esa misma forma de captar los detalles relevantes le sirve para colocarnos en un momento en los ambientes de un París libertino y burgués, dejando un rastro bien trazado de lo liberador que es el libertinaje en medio de una sociedad burguesa y lo cómodamente que esos atributos burgueses permiten disfrutar de las aficiones más libertinas. A pesar de que Maupassant negaba a ser realista (aunque Balzac lo incluyó en una antología del realismo), se afana en las descripciones de los paisajes, las estancias y los objetos, como herramientas no sólo para describir un ambiente o una situación sino también la psicología de los personajes. Por otra parte, su Yvette recuerda a veces, con sus sueños novelescos, a la fantasiosa Emma Bovary. No es realmente un calco de la heroína de Flaubert, aunque Maupassant era un gran admirador suyo, y lo conocía y trataba personalmente ya que era amigo de su madre desde la juventud.
La destreza con la que Maupassant maneja todas sus armas de escritor hace que sea una pura delicia leer esta novela corta. Una extensión por cierto muy ajustada a lo que pide el relato, y es uno de los elementos en los que Maupassant demuestra ser un autor de nivel.
¿Qué pasará con Yvette? ¿Ocurrirá lo que deseamos o sucederá lo que tememos? ¿Nos decepcionará el final? Maupasant es capaz de dar mil cabriolas y dejarnos al final del trayecto asombrados y risueños.